Los abordajes y conclusiones como siempre son responsabilidad de los autores, pero como trabajadores de la comunicación sabemos también que el medio es el mensaje.
Nosotros podemos tener disensos, pero no publicamos narrativas que re producen las condiciones de poder global.
Por eso estas reflexiones nos parecen pertinentes para los lectores de Nuestramérica y el mundo que intenten comprender la contradicción real que se expresa en el balotaje electoral argentino.
Fernando Esteche. Director General.
Ocho días y un futuro en disputa
Por Fernando Gómez*
Faltan ocho días para ir a las urnas. El vértigo que genera la incertidumbre sobre el resultado que descubran las urnas, tensa los nervios de un cada vez más reducido sector politizado de la sociedad. Mientras alguien manotea una encuesta como ansiolítico de esta democracia raquítica, un misil Raytheon despedaza la vida de un niño en Palestina.
Brian Mast es un representante republicano ante el Congreso de los Estados Unidos, integrante del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes por el distrito de Florida. Hace unos días atrás se presentó en el parlamento norteamericano con su uniforme del ejército israelí. “Como el único miembro que sirvió tanto en el ejército de los Estados Unidos como en las Fuerzas de Defensa de Israel, siempre estaré junto a Israel” publicó en sus redes sociales.
Un parlamentario norteamericano, en el centro del dispositivo democrático impuesto en Occidente como ejemplo compulsivo, celebrando el desplazamiento de su tierra de un millón de Palestinos en Gaza, el asesinato de cuatro mil niños, el ataque a 12 hospitales de 24 que existen en dicho territorio, la destrucción de 221 escuelas y 179.000 viviendas familiares.
Brian Mast, un cristiano evangélico promoviendo un genocidio sobre un pueblo por condiciones religiosas, enmascarado en la defensa irrestricta de una democracia que exportan al mundo.
Hace dos años atrás, preocupado por el voto argentino ante el Comité por los Derechos Humanos de la ONU, mantuvo reuniones con otros parlamentarios con el entonces presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, para intentar condicionar la estrategia diplomática de nuestro país.
En la misma semana en que Mast celebraba el genocidio desplegado por el Estado de Israel, usando el uniforme de su fuerza militar, Javier Milei agitaba una bandera israelí en un acto en el conurbano bonaerense. “Am Israel Jay” decía en su posteo de Instagram, grito del pueblo judío con el que los soldados de Israel alimentan su espíritu.
Mientras éstos cuatro párrafos desatendían las preocupaciones electorales, un nuevo misil caía en Gaza. Una familia lloraba la muerte de un niño. Un genocidio asalta la existencia cotidiana de una generación que, en Occidente, se reparte entre la convalidación y la indiferencia.
De esos polvos, futuros lodos
Nada podía salir bueno de la consolidación de una democracia que se jacta en el espejo de las pretensiones geopolíticas de una nación como Estados Unidos.
40 años que se celebran por el paso del tiempo. 40 años con más de conquistas ínfimas administradas, que disrupciones en la senda revolucionaria; con más posibilismo explicados que sueños conquistados; con más formalidad electoral, que protagonismo popular efectivo en la toma de decisiones; con mucho FMI y menos de independencia, con más de tutelaje que de vocación de soberanía. Con mucho ruido, y pocas nueces.
40 años y apenas una década de conquistas, una bocanada de aire y una respiración agitada en la crisis de su hegemonía.
De una democracia cómoda para el sistema político, y con un promedio de incomodidad inocultable para la enorme mayoría de los que habitan este suelo, es el barro que moldeo el balotaje que tendrá lugar la próxima semana. De la justicia social enchastrada en el lodo celebrado por el eterno posibilismo del no se puede, que encubre él no se quiere, está edificada la potencia electoral que Javier Milei ofrece como sacrificio en el altar del liberalismo económico y el oscurantismo político.
El antiperonismo que estuvo dispuesta a votar patologías mafiosas como la de Mauricio Macri y Patricia Bullrich, terminan de aportarle basura y miseria al circo de subnormales que ofreció el sistema como amenaza para la existencia cotidiana de la enorme mayoría de nuestro Pueblo.
Y así llegamos a la previa de una elección en la que la amenaza de la tragedia que ofrecen Macri y Milei, dejan ninguna duda acerca de la necesidad de votar a Sergio Massa.
Votar y después
Romantizar en forma impostada a un candidato, no lo ayuda. Apenas exagera los contrastes entre el sentido de lo que representa con el destino que debiera representar. La fábula de lo que no es, ni será, apenas puede ofrecer un placebo ideológico que no conduce a ningún lado.
Cuando las urnas se abran, los problemas de nuestro país seguirán intactos. El FMI seguirá en el mismo lugar, demandando un ajuste brutal sobre la economía nacional, exigiendo una devaluación de la moneda que licúe salarios y encarezca costo de vida.
Cuando el resultado exhiba al próximo presidente, esa crisis de dependencia económica con los miserables financieros del FMI se agravará drásticamente con la pulverización de la moneda, los salarios y la disparada de precios que ofrece Javier Milei, o exhibirá un continuismo administrado, o al menos, con pretensión de administrarse, con Sergio Massa.
Cuando la Cámara Electoral informe el nombre del próximo presidente, ese dolor social expresado en jubilaciones y salarios que no alcanzan, en changas que no cubren ni el plato de comida y en un bolsillo exhausto que no garantiza la vida digna, se agravará criminalmente con las consecuencias amorales de una política de ajuste brutal que explicita sin ocultamiento Javier Milei, que ponen en riesgo ingresos populares y la existencia misma de jubilaciones, o tendrán en Sergio Massa un dosificador de migaja.
Cuando empiecen a contarse los días hasta el cambio de gobierno, habrá una crisis de legitimidad latente en una polarización antoagónica que requiere de algo más que discursos para resolverse. Seguirá asombrando el caudal de compatriotas dispuestos a votar a su propio verdugo, cuando las boletas violetas terminen de exhibir su potencia electoral. Una crisis de representatividad que se agravará con Javier Milei, quien empezará a defraudar a la enorme mayoría de sus votantes; o que se enfrentará a la construcción de una nueva hegemonía con Sergio Massa, como instrumento de recomposición del sistema político.
El 10 de diciembre, habrá un nuevo presidente en nuestro país. El peronismo podrá ser objeto de un nuevo ciclo de persecución política y las organizaciones populares de nuestro país se enfrentarán al conflicto permanente ante una crisis social que no dará tregua, si Javier Milei alcanza la presidencia.
O bien, el peronismo discutirá institucionalmente un nuevo liderazgo y su militancia disputará el sentido histórico de su representación en la disputa contra el acartonamiento de su propia clase política, para el caso en que Sergio Massa empiece a moldear su hipótesis de unidad nacional e intente darle vida a la administración de una crisis controlada, a la que le sobrará una buena porción de militancia que lo habrá transformado en presidente.
Son suficientes los enormes matices entre un destino y otro como resultado de las urnas, para concluir en la necesidad de votar a Massa.
Inventarse un destino mágico para el futuro que se esconde a la vuelta de la esquina no tiene ningún sentido para encontrar las razones suficientes para evitar la tragedia que ofrece Javier Milei como destino inevitable para nuestro pueblo.
El 11 de diciembre los conflictos geopolíticos seguirán latentes y la nueva multipolaridad seguirá reclamando una estrategia sudamericana para conquistar soberanía y despegar de las pretensiones de tutelaje de los Estados Unidos. El 11 de diciembre nuestra economía seguirá subordinada al FMI y nuestra independencia económica seguirá exigiendo patriotas que no apaguen sus convicciones ideológicas en el pragmatismo que acepta la miseria como opción. El 11 de diciembre, los humildes de nuestra Patria seguirán demandando respuestas materiales y seguirán anhelando un destino de felicidad colectiva como horizonte de conquistas.
Una agenda que algunos pretenderán nostálgica, pero que sigue quedando en el futuro de nuestras expectativas. Un sentido histórico que deberá ponerse en disputa.
Hay suficiente tarea para el futuro. Pero primero habrá que enterrar las pretensiones de Mauricio Macri y Javier Milei de restaurar el oscurantismo político y el saqueo económico de nuestro país.
Fernando Gómez* es editor de InfoNativa. Vicepresidente de la Federación de Diarios y Comunicadores de la República Argentina (FADICCRA). Ex Director de la Revista Oveja Negra. Militante peronista. Abogado.
Este artículo fue publicado originalmente en infonativa.com/
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