Pero, ¿se puede descartar que el belicismo teutón también haya traído otras noticias no tan «positivas» desde el punto de vista de los nazigolpistas de Kiev?
Por ejemplo, citando las habituales «fuentes anónimas», la NBC estadounidense habla de que altos funcionarios de Estados Unidos y de la UE están discutiendo (el verbo «no engaña»: si han decidido algo, también tienen los medios para imponer la decisión) con representantes ucranianos la posibilidad de conversaciones de paz entre Kiev y Moscú. Es cierto que, precisa el canal, de momento la discusión es apenas de carácter general, sobre cuáles podrían ser los «sacrificios» de Kiev al final del conflicto. En cualquier caso, es un hecho, observa Anna-news.info, que la presión occidental para empujar a Kiev a negociar con Moscú se ha hecho más frecuente, especialmente tras el callejón sin salida en el que terminó la famosa «contraofensiva» ucraniana. Más de un país occidental ha comentado las dificultades de seguir apoyando al régimen de Zelensky, e incluso se habla de finales de 2023 como fecha límite a partir de la cual Kiev tendrá que sentarse a la mesa de negociaciones en cualquier caso.
Incluso «altos funcionarios de la Administración Biden», señala la NBC, «están preocupados porque Ucrania se está quedando sin recursos, mientras que Rusia parece tener reservas inagotables». En este sentido, en las últimas semanas Kiev ha anunciado un endurecimiento de los criterios de movilización, con la inclusión de categorías de ciudadanos hasta ahora calificados como «no plenamente aptos para el servicio».
En efecto, los recursos ucranianos están al límite: son conscientes de ello, aunque no todos, tanto en Kiev como en Washington. Y si el Pentágono pretende jugar la carta de transferir la producción de armas «a países amigos», alguien más en Estados Unidos dice estar preocupado por tal paso. Tal es el caso de Responsible Statecraft, la publicación online del Quincy Institute. De hecho, el pasado mes de octubre, representantes de más de 30 países se reunieron en Kiev con motivo del Foro Internacional de Armamento, y en esa ocasión Vladimir Zelensky anunció la creación de una nueva «Alianza de la Industria de Defensa», formada por 59 empresas de 23 países, que tendría como objetivo defender a Ucrania y a «cualquier otro país del mundo de una agresión». Una vez más, Anna-news.info supone que esta «Alianza» debe ayudar a Kiev a trasladar la producción de armas a territorio ucraniano.
En este punto, sin embargo, Responsible Statecraft afirma con preocupación que el Departamento de Defensa estadounidense no debería dejar el proceso de transferencia en manos de los contratistas militares: éstos pueden subir los precios a voluntad para que el Pentágono llene los bolsillos de los accionistas. La producción conjunta, prosigue el periódico yanqui, implica la transferencia de tecnología militar, así como el cuidado de la eficacia y la rentabilidad, y es dudoso que esto sea apropiado en el caso de un país en guerra.
Dejando la Responsible Statecraft a sus propias dudas, que no parecen provenir de preocupaciones «pacifistas», la cuestión de un mayor armamento de la Kiev majdanista está suscitando debates en la propia Ucrania.
En Ukraina.ru, Sergej Zuev señala que los expertos ucranianos, los políticos e incluso los militares insinúan cada vez más el carácter ilusorio de una victoria en el conflicto e incluso especulan con un cese de la «contraofensiva», cuando no con una tregua, aunque la postura oficial de Kiev sea la contraria, con Zelensky convencido de un retorno a las fronteras de 1991.
Las declaraciones del jefe del Estado Mayor ucraniano, Valerij Zalužnyj, a The Economist sobre el punto muerto en el que se encuentran las fuerzas ucranianas en el frente han dado ahora la vuelta al mundo. «Para salir de este callejón sin salida», dice Zalužnyj, hace falta «algo nuevo, como la pólvora, que inventaron los chinos y que aún hoy utilizamos para matarnos unos a otros». Según él, la victoria de Kiev podría venir dada o bien por algún gran avance tecnológico -pero «no hay indicios» en este sentido- o bien por la superioridad en los principales tipos de armas: pero incluso en esto, Kiev no puede presumir de nada, a diferencia de Moscú que, a pesar de las sanciones, es capaz de mantener su superioridad en armamento y equipamiento, misiles y municiones durante mucho tiempo.
Ahora bien, señala Ukraina.ru, Zalužnyj no dice rotundamente que haya que poner fin a la ofensiva, pero esta conclusión, según Strana.ru, se desprende lógicamente de sus palabras: «la guerra ha llegado a un callejón sin salida y se necesita un avance tecnológico colosal para salir de ella». Que no lo habrá.
En general, sin embargo, ni en Kiev ni en Occidente hay señales directas hacia una congelación del conflicto. Pero, ¿existen tales señales en la sociedad ucraniana, se pregunta Zuev?
En opinión del filósofo Andrej Datsjuk, hoy en día nadie está preparado todavía para la aparición de cada vez más ámbitos «ilegales» de desarrollo, incluidos los tecnológicos y económicos: por ejemplo, la inteligencia artificial y el desarrollo genético. Y una parte fundamental de este proceso es la prohibición del pensamiento y la prohibición de la investigación humanística impuesta por la «élite mundial en su conjunto», advierte Datsjuk, con el objetivo de «reducir la población mundial».
Y en este proceso, según Datsjuk, el lugar de Ucrania es «ser un cadáver, ser un banco de pruebas, ser destruida», de modo que toda la energía social del país «sólo puede dirigirse en la dirección de la cultura y la lengua -y punto-… y no puede utilizarse ni para resultados de ingeniería, ni para resultados científicos, ni para inventos».
Paradójicamente, dice el filósofo, la idea nacionalista y la cuestión de si el Estado ucraniano puede tener su propio cuaderno están vinculadas: «parece que nadie prohíbe la creación de uno, pero no hay suficiente libertad para disponer de todo el conjunto de competencias necesarias para producir su propio cuaderno».
Viene al caso: el descubrimiento de la «pólvora» esperado por Zalužnyj, se hace añicos con la observación de Datsjuk de que la Ucrania majdanista no tiene hoy «sus propios misiles, construcción naval, tanques…». ¿Por qué?». Sin embargo, aquel nacionalista y colaboracionista Stepan Bandera «nunca escribió que no deberíamos tener nuestros propios misiles…» se lamenta el filósofo ucraniano, pero resulta que «en cuanto establecemos el autoritarismo lingüístico y cultural como planteamiento básico, las personas que quieren libertad -intelectuales, ingenieros, inventores, científicos, investigadores, etc. – por alguna razón no quieren trabajar».
En treinta años, los herederos de tecnologías globales únicas lo han perdido todo y, continúa Datsjuk, hoy «la idea nacional ucraniana es cerrar el país como en un colegio, el de la UE, confiando todas las cuestiones vitales a Bruselas y seguir viviendo en la pobreza, pero «con una visión europea»». Von der Leyen viene a Kiev a propósito para reiterar esto.
Así, dice Datsjuk -que no da muestras de cuestionar el rumbo nazi-golpista de 2014, por no hablar del giro «democrático» de 1991, tras el cual las principales industrias ucranianas, empezando por la propia industria aeronáutica, a la vanguardia de toda la URSS, quedaron reducidas a escombros-, «para que sea posible la construcción de tanques y misiles… hacen falta motivaciones más amplias». A él le corresponde discernir los signos de ello en la Kiev rehén de los nazigolpistas.
Y, concluye desconsolado el politólogo Vadim Karasev, «¿dónde están nuestros sputniks? ¿Dónde ha ido a parar nuestro ‘Južmaš’, que producía tecnología espacial y de misiles y otros productos de alta tecnología? Todo ha sido destruido, saqueado, pisoteado». Pero tampoco ve otra solución que la posibilidad de «recrear algo por nuestra cuenta o en cooperación con Occidente». Para ello, junto con von der Leyen, acuden a Kiev los «gestores» del complejo militar-industrial euroatlántico, incluida Italia.
El camino que iniciaron los nacionalistas reaccionarios ucranianos y los antibolcheviques a finales del siglo XIX, que retomaron en los años treinta los banderistas que más tarde se convirtieron en colaboradores de los nazis, y que continuaron los tímidos planteamientos de los «retornados» ucranianos en los años cincuenta, había conducido así a 1991 y, «en consecuencia», a 2014, es por tanto el mismo camino que reclaman hoy los «filósofos» y los «politólogos» de Kiev.
Pero, ¿cuál es el camino que quiere el pueblo ucraniano?
*Fabrizio Poggi, ha colaborado con «Novoe Vremja» («Nuevos Tiempos»), Radio Moscú, «il manifesto», «Avvenimenti», «Liberazione». Actualmente escribe para L’Antidiplomatico, Contropiano y la revista Nuova Unità. Autor de «Falsi storici» (L.A.D Gruppo editoriale)
Artículo publicado originalmente en l’Andiplimático.
Foto de portada: extraída de l’Andiplimático.