Desde la antigüedad, las rutas de comercio marítimas han sido consideradas de particular interés por naciones que, por razones de poder, posición geográfica o ambas, han conseguido controlar o acceder a esta alternativa tradicional del comercio terrestre. Las vías navegables, especialmente los puntos claves de tránsito, no solo actúan como enclaves para la circulación del comercio a escala global, sino que también configuran la agenda política de las naciones más robustas y aún hoy en día explican estrategias en materia de política exterior. Asegurar estos enclaves estratégicos y controlar de facto el territorio por el que transcurren los canales marítimos, así como sus accesos, implica asimismo una tarea difícil en cuestión de vulnerabilidades estratégicas, ya que las amenazas no solo provienen por tierra, sino también lo hacen a través del mar.
El estrecho de Bab el-Madeb como punto estratégico
De todos los puntos de tránsito que existen en el mundo, existe un accidente geográfico relativamente poco conocido que está captando una especial atención en términos geopolíticos. El estrecho de Bab el-Mandeb, cuyo nombre proviene de una leyenda árabe y significa literalmente la «puerta de las lágrimas» (por los riesgos que comprendía antiguamente su circulación) es una vía natural de navegación que separa Asia de África a través del mar Rojo y el golfo de Adén. Asimismo, conecta el mar Rojo con el mar Mediterráneo a través del canal de Suez desde que se terminó su construcción en 1869 y desemboca en el océano Índico por el sur.
Con apenas 115 km de longitud, su posición geográfica constituye un punto caliente para el tránsito marítimo del comercio mundial, particularmente en los sectores energéticos provenientes de los países del Golfo, los mayores productores y exportadores de petróleo en la región, hacia Europa o Norteamérica vía el canal de Suez o el oleoducto de Sumed.
En consecuencia, se estima que la vía marítima ha sido testigo del tránsito de aproximadamente 6,2 millones de dólares de barriles diarios de petróleo crudo, condensado y refinado hacia Europa, Estados Unidos y Asia. Por consiguiente, su ubicación como cuello de botella geoestratégico para el tráfico de petróleo no solo es ventajoso, sino también necesario si tenemos en cuenta cuestiones de distancia y accesibilidad. El estrecho de Bab el-Mandeb disfruta de una posición privilegiada, no porque reciba más o menos volumen de tránsito marítimo petrolero, sino porque constituye tanto la entrada por el sur al canal de Suez para llegar a los mercados petroleros europeos y norteamericanos, así como la entrada norte al océano Índico para llegar a los mercados tanto africanos como asiáticos.
Es por ello que si nos remontarnos al tiempo antiguo, al tiempo de los grandes imperios, para rastrear la importancia de Djibouti, este pequeño país africano y por ende de la región en la que se encuentra situado, nos encontraremos con los intereses, por ejemplo del Imperio Romano. La región del Cuerno de África era codiciada por los comerciantes por sus abultadas reservas de sal, pero sería en el Siglo XIX que Yibuti o Djibouti entraría en el circuito del comercio global.
También el colonialismo francés fijó su interés en la región. Conocedores de la importancia que adquiría ese estrecho con la apertura del Canal de Suez comienzan a asentarse al norte del Golfo de Tadjourah, en el territorio de Obock. Tras un largo período de “buena vecindad” con ingleses y el territorio de Etiopía, la historia de Yibuti no sufre especiales “turbulencias” pese a la existencia de las dos grandes conflagraciones en los periodos 1914-1918 y 1939-1945. De esta manera, Yibuti quedó incluida en el territorio conocido como “Somalia francesa”, que abarcaba todo el centro-noreste de África a las puertas del Medio Oriente.
En 1967, por orden del Presidente De Gaulle, se lleva adelante un referéndum para darle más autonomía al territorio colonial que terminaría 10 años después dándole la independencia total a Djibouti, con padrinazgo o protectorado francés. Un modelo parecido a la arquitectura neocolonial de los territorios del África Occidental francesa.
Desde 1977, el personaje central de la política yibutiense sería Hassan Gaulen Aptidon, siendo un Presidente autoritario con apoyo de París y llegando incluso a formar un Estado partido. Recién en 1999 se dieron las primeras elecciones multipartidarias donde el ganador fue el sobrino, Ismail Omar Guelleh, por el partido Concentración Popular por el Progreso.
Fue en ese momento en que Djibouti fue incluido en la Comunidad Internacional, mientras Francia instalaba la primera base extranjera en el Camp Lemmonier y las grandes potencias ponían en foco en la pequeñísima nación africana.
¿Por qué tanto interés en el pequeño Estado africano?
En el idioma Afar, que se habla en el Este de África, “Djibouti” significa “olla hirviendo”. Este país del Cuerno de África recibe su nombre por su clima seco y caluroso durante todo el año.
La República de Djibouti, ubicada en la costa oeste del Golfo de Adén en el Noreste de África, limita con Eritrea en el norte, Etiopía en el oeste, suroeste y sur, y Somalia en el sureste. El desierto forma el 90 por ciento de la superficie terrestre de Djibouti. Si uno se dirige hacia el oeste desde la ciudad capital de Djibouti, no verá nada más que rocas desnudas, salvo algunos escasos árboles de espinas de camello que crecen tenazmente en medio de la grava. Valdría decir que el país no ofrece nada de importancia para que las potencias hayan fijado sus intereses allí.
Como hemos mencionado, este país pequeño y con pocos recursos, pero que esta ubicado en un lugar estratégico. Eso le ha catapultado a ser el lugar donde muchas potencias mundiales decidieron posar sus pies en realidad sus botas militares. Hoy Djibouti acoge bases militares de cinco Estados al estar junto al estrecho de Bab el-Mandeb, clave para el comercio internacional.
Su ubicación estratégica le ha traído una repentina popularidad que muchos veían previsible, pero pocos temían como hasta tiempos tan recientes. Porque allí, en el cuerno de África, rodeado de violentos países como Eritrea al norte y Somalia al sur, pero sobre todo con el estrecho de Mandeb como exclusivo lugar de acceso al mar Rojo, en el camino al egipcio canal de Suez, enfrente, su frontera natural con el vecino Yemen, es donde han ido a parar bases militares estables de Francia e Italia por Europa, la OTAN y la UE cuando se requiera, también Japón y sobre todo EE.UU y China.
EE.UU cuenta con más de 4000 militares en Djibouti, en su mayoría de los cuerpos de operaciones especiales. Mientras, Francia, reúne a más de un millar de elementos militares. Italia, con intereses en la zona desde la época fascista de Benito Mussolini, a unos 300. Desde allí parten, a su vez, las patrullas de organismos como la OTAN y la UE en su lucha contra la piratería.
Para Paris es importante porque “su base allí puede lanzar operaciones hacia el océano Índico y Oriente Medio”. Francia tiene allí́ su mayor contingente de fuerzas en África, con 1.450 militares desplegados. La presencia francesa beneficia también al anfitrión, ya que el acuerdo entre Francia y Djibouti plantea para los primeros la obligación de asegurar la integridad territorial de su excolonia. Francia fue siempre un estabilizador para frenar cualquier ambición de sus vecinos, como fue el caso de la crisis Eritrea en 2008. Allí también son acogidos soldados alemanes y españoles que son enviados por la operación “Atalanta” de la Unión Europea contra la piratería. Francia, además, entrena a las FF.AA. de yibutienses.
Estados Unidos se instaló allí luego del 11S, para combatir en la guerra contra el terrorismo lanzada por Bush y para detener la piratería somalí. Fue de gran importancia en la Operación Libertad Duradera y luego de eso, se decidió ampliarla por una arriendo de alrededor de 70 millones de dólares. También los norteamericanos entrenan soldados yibutienses.
La fricción, en cambio, aumenta cuando en la ecuación djiboutiana aparece un dato: sus aguas unen el mar Rojo con el océano Índico y son, así, el paso imprescindible de los buques que conectan con la fábrica del mundo en el extremo oriente. Particularmente, China. Y es el gigante asiático, de hecho, la potencia emergente que ha desplegado en su base en la capital del país, a 10 kilómetros de la americana, hasta 700 hombres. Japón desplegó, por primera vez desde la segunda guerra mundial, tropas militares –unos 600 efectivos– fuera de sus fronteras, por la pragmática vía del alquiler de naves a escasos metros de Camp Lemmonier, la base de EE.UU.
Djibouti es un país muy inestable en el en el Cuerno de África siendo además la puerta de acceso a Oriente Medio. Las bases garantizan que sus vecinos no se pasen de la raya. El Presidente sabe que su estabilidad política –en una economía sin recursos, con una pobreza del 42% de la sociedad y un analfabetismo enorme, sin recursos humanos capacitados para el desarrollo- depende de mostrarse como alguien abierto, débil y manipulable por las potencias que solo ven en ese pequeño “país-puerto”, un lugar estratégico para sus intereses de conquista.
Por el estrecho de Bab el Mandeb (de apenas 115 kilómetros de ancho) pasan anualmente unos 30.000 buques cisterna de petróleo, cuatro millones de barriles diarios. Más o menos, el 40% de lo transportado a nivel global, con Europa como principal destino. Y si salimos de los hidrocarburos, es que cerca del 25% del comercio mundial también pasa por allí, al conectar el mercado asiático con el Mediterráneo.
Pero a su vez es la puerta de entrada al dominio de todo un continente, África. El objeto de deseo de las potencias mundiales que se disputan el continente africano y sus recursos naturales, como el petróleo, o el gas y diamantes, uranio, cobre, manganeso, acero u oro; incluso, el café que crece en la zona del África oriental y otros recursos tan necesarios para mantener vivas las economías mundiales.
Djibouti es así un centro operacional básico para el comercio y la economía internacional. Este país en el cuerno de África sería así un segundo escenario de vigilancia y tensión Este-Oeste. Es, en consecuencia, el punto de unión global entre Oriente y Occidente; entre las potencias de ayer, hoy y las que luchan por serlo mañana; por todo ello, previsible encrucijada de las tensiones de un mundo en el que las jerarquías vuelven a salir al ‘escenario’.
Una vecindad compleja
Los puertos de Djibouti en el estrecho de Bab el-Madeb, a pesar de ser una entrada crucial a los principales mercados mundiales, también están reconocidos como uno de los estrechos más inestables y peligrosos del mundo debido a las amenazas y a los retos regionales a los que se enfrentan los países vecinos.
Las inestabilidades entorno a los países vecinos comprenden diversas naturalezas. El conflicto en Yemen y la presencia de grupos terroristas tales como Al Qaeda en Yemen incrementan exponencialmente el riesgo en la región y la inestabilidad del estrecho.
Asimismo, la piratería en la vecina Somalia en el cuerno de África constituye hoy en día también una fuente de inestabilidad en el estrecho y el conflicto yemení ha provocado el excelente caldo de cultivo para su perdurabilidad. La corrupción endémica y la inestabilidad política de Djibouti tampoco ayuda, ya que por razones de tamaño y limitaciones internas, se ha convertido en un foco de explotación y aprovechamiento.
La situación regional es complicada. Eritrea, uno de los países limítrofes, luego de independizarse de Etiopía en 1993, dejó a los etíopes sin puertos marítimos por lo que Djibouti les presta los suyos, mientras teme por la inestabilidad en la que vive Eritrea que podría contagiar y extenderse por su territorio. La interdependencia es total: mientras Addis Abeba exporta todo por puertos djiboutienses (95%), estos dependen en casi un 70% de las exportaciones a su poderoso vecino. Ahora se está construyendo un ferrocarril que unirá a ambas capitales, lo que denota la sintonía entre las dos naciones.
Somalia es el otro país fronterizo. A pesar de que Djibouti comparte la frontera con Somalilandia -región separatista de la cual no se admite su independencia en la Comunidad Internacional-, las tensiones en el territorio somalí, en especial por las acciones del grupo terrorista Al Shabab, han repercutido en Djibouti. Por último se encuentra Sudán del Sur que, desde su independencia del norte, ha desestabilizado la región.
Djibouti: una perla en el collar chino
Las razones expuestas antes –la lucha contra el terrorismo y la piratería- no son, en el fondo, todas las razoes de la importaia regional de Djibouti.
Ya que en primer lugar, el Cuerno de África es de por sí una región riquísima en minerales estratégicos, necesarios para impulsar la economía del conocimiento y así el desarrollo tecnológico. En un momento en donde la carrera por las nuevas tecnologías se ha vuelto salvaje, estar presente en la zona ayuda no solo a proteger las inversiones sino además a tejer alianzas con los vecinos de Djibouti. China, por ejemplo, invierte millones en Etiopía, en minerales e infraestructura (ferrocarriles, rutas, puentes), lo mismo en Sudán del Sur. Es bueno recordar que el corredor eléctrico Djibouti-Etiopía contiene 14 mil millones de dólares de inversiones de Pekín.
Si bien es cierto que todas las potencias están invirtiendo en el Cuerno de África, en términos de protección de inversiones, sólo China está preocupada porque es la única que tiene inversiones tan abultadas en la región. Francia, Japón y EE.UU lo secundan pero a una distancia cada vez más holgada.
Ya hablamos de los intereses en proteger sus inversiones de China y de cómo, al igual que las demás potencias, buscan controlar el flujo comercial por el Estrecho de Bab el-Mandeb. Pero el gigante asiático tiene dos objetivos más que subyacen a mediano plazo. El primero de ellos, es que la base en Djibouti sea parte del plan chino del conocido como “collar de perlas”, una red de base militares que van desde el Pacífico, atravesando todo el Índico y Asia del Sur, con la intención de conectarlo a puertos y bases en el Medio Oriente hasta África. Así, una fortaleza marítima protegería todas las rutas comerciales desde el Estrecho de Malaca, el Estrecho de Ormuz y el Canal de Suez. El segundo, es una intención ya manifiesta del Presidente Xi Jinping de sumar a África a la Nueva Ruta de la Seda, por lo que los puertos de Djibouti son centrales para comerciar productos extraídos o producidos en el Cuerno de África.
Inestabilidad vs. Negocios
La cuasi dictadura familiar que dirige Djibouti, se beneficia sobremanera al presentar a su país como una nación débil que debe ser protegida de la inestabilidad de sus enormes vecinos. Por lo tanto, las bases militares tienen un doble objetivo: hacer equilibrio entre las potencias mientras se beneficia de su protección y sus flujos comerciales y dar al mundo una imagen de país abierto a la Comunidad Internacional.
Pero ahora, el establishment que gobierna comienza a sentir las rispideces de la geopolítica internacional. La guerra comercial está haciendo mella en los flujos comerciales y Djibouti ya comienza a sentirlo en su sector portuario. En el mismo sentido, Emiratos Árabes Unidos piensa construir un puerto en la ciudad de Berbera en Somalilandia que, a diferencia de Somalia, es muy estable políticamente, algo que preocupa a Djibouti porque tendría que competir con un vecino por las rutas e inversiones comerciales, corriendo el riesgo de perder su posición privilegiada.
En último término, queda saber si al crecer la competencia estratégica, Djibouti no tendrá que tomar partido o sufrir las tensiones entre las potencias que están a kilómetros de las bases de sus adversarios, cuando las bases de China y EE.UU. están a apenas de 10km de distancia. Por otro lado, Rusia sostiene conversaciones para abrir también su base y, quizás, en un futuro, India busque instalarse en la región, teniendo en cuenta que sus relaciones comerciales con África han crecido exponencialmente en las últimas décadas, sumando presión y controversia en el pequeño enclave territorial que es la república yibutiense.
Djibouti está como nadie presenciando la geopolítica en estado puro y será de los primeros en observar como el futuro definirá su destino. La geografía lo ha colocado en un lugar privilegiado. La geo economía lo puso en la disyuntiva de los negocios vs. la independencia y finalmente la geopolítica lo ha llamado a ser testigo de su propio destino como territorio en disputa.
Así las cosas podemos afirmar que el pasado, presente y el futuro de Djibouti nunca ha estado en las manos de los djiboutenses.
De momento, el plan estratégico de Djibouti para 2035 es explotar su posición geográfica, lo que impulsa su economía y refuerza a las élites gobernantes. Esto implicará aliviar las fricciones para que las potencias convivan en su territorio, lo que le obliga a no tomar partido por ninguna mientras Estados Unidos y China refuerzan su posición en el país.
*Beto Cremonte, Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP