En ese contexto, Argentina debe definir sus prioridades estratégicas y su lugar en medio de la crisis global. Mientras la región ya percibe la bipolaridad que está creando la rivalidad entre Estados Unidos y China, la política exterior argentina deberá conducirse con esmero y valentía para sortear la encrucijada. Estados Unidos es el jefe del barrio, pero China es nuestro principal comprador. Sin embargo, la parroquialidad que distingue al debate electoral, signo de una élite que prefiere desentenderse de lo fundamental, no parece hacerse eco de la trascendencia del momento.
La invitación para que la Argentina se incorpore a partir del año próximo al foro intergubernamental BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) incorporó la política exterior a la agenda del debate electoral. Puso sobre la mesa la necesidad de discutir el rol del país en el proceso de cambio global sistémico en marcha, cuyas consecuencias impregnarán la vida de los Estados y sociedades a medida que avanza el siglo. El vigorizado protagonismo de los BRICS tiene como marco un escenario de disputa por la hegemonía global que está rediseñando el mapa de las relaciones internacionales y que abarca todas las dimensiones del poder: político, económico, militar, tecnológico y cultural.
Nuevos ricos, nuevas potencias y centros de poder
Los cambios son profundos y se suceden unos tras otros. El 21 de junio pasado, el Gobierno de Estados Unidos aprobó la comercialización de la primera carne cultivada en laboratorio. Es el primer paso hacia un nuevo orden alimentario global en el que las grandes corporaciones tecnológicas desplazarán a los campesinos y productores rurales. Entre el 4 y 5 de julio pasado, la temperatura global promedio alcanzó los 17,18 grados, la más alta desde que comenzaron los registros. La crisis climática está en todos los debates, pero los Estados más poderosos no quieren asumir los costos que conlleva corregirla.
—La climática es una crisis de desigualdades y la solución no es tecnológica —dice la especialista española Marta Peirano. Mientras, la agenda de los líderes da cuenta de la intensidad del momento: Narendra Modi, el presidente indio, visita Washington; el primer ministro chino acude a Berlín; en Francia, Macron —que pidió asistir como invitado a la reciente cumbre de los BRICS y no fue aceptado— convoca a más de 50 países del Sur a una conferencia sobre finanzas y cambio climático; Arabia Saudí decide acudir con una muy nutrida representación al Davos chino; y el presidente argelino visita Moscú al mismo tiempo que Occidente pugna por aislar a Rusia.
Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), la mitad del crecimiento global de este año será producido por India (15%) y China (35%), mientras que el continente americano, con Estados Unidos a la cabeza, y Europa producirán el 13,7% y 7,1% respectivamente.
La agencia de noticias Bloomberg publicó a mediados de febrero pasado los resultados de un estudio de prospectiva sobre la economía mundial con vistas a mediados de la próxima década que muestra una fotografía parecida: China y la India aventajarían a Estados Unidos como las economías más grandes; entre las principales catorce economías globales, siete de ellas son países del Sur, miembros o aspirantes a integrar el grupo BRICS. Sólo tres potencias europeas —Alemania, Inglaterra y Francia— sobrevivirían entre las economías más importantes. Y entre los grandes nuevos actores destacan países hoy considerados emergentes como Bangladesh, Vietnam, Egipto e Indonesia.
El estudio está expuesto a la aparición de imprevistos o “cisnes negros”. Incluso a cambios que se pueden prever pero que el trabajo no tuvo en cuenta, como que la economía china podría perder competitividad a medida que avanza el siglo por el envejecimiento de su población o por efectos de la contención tecnológica que aplica Estados Unidos (restricciones a la exportación y producción de microchips). Pero, más allá de ajustes puntuales, el estudio describe un mundo bastante plausible en apenas 10 años con las tendencias de hoy, con cambios que traerán aparejados monumentales consecuencias geopolíticas.
BRICS, el otro bloque
El protagonismo de los BRICS apunta a confirmar al foro como un actor global de peso dispuesto a corregir desvíos del modelo de globalización de matriz anglosajón. La incorporación de nuevos miembros y las medidas destinadas a priorizar las monedas nacionales en el comercio intrabloque apuntan a consolidar su capacidad de acción geopolítica y geoeconómica.
—No queremos ser un contrapunto al G7, al G20, ni a Estados Unidos. Queremos organizarnos (…) nos damos cuenta de que podemos convertirnos en países importantes —afirmó Lula Da Silva. El presidente sudafricano Cyril Ramaposa, por su parte, definió el compromiso del foro como un “multilateralismo integrador”.
BRICS es un foro que actúa internacionalmente en función de una agenda de objetivos compartidos y muestra el pragmatismo suficiente como para evitar que la diversidad inherente a los intereses nacionales afecte la proyección geopolítica del bloque. Por ejemplo, mientras China y Brasil exponían en la Conferencia de Seguridad de febrero pasado en Múnich sus diferencias con Occidente sobre la guerra entre Rusia y la OTAN en Ucrania, la India se preparaba para profundizar su relación bilateral con Estados Unidos. En Múnich, Wang Yi, consejero de asuntos exteriores de Xi Jinping, y el canciller brasileño Mauro Vieira, puntualizaron que la prioridad para sus cancillerías no era propiciar que la guerra escale sino trabajar para la paz. El portavoz chino fue explícito y recordó cómo en momentos en que su país apoyaba la mediación del ex primer ministro de Israel, Naftali Bennett, y después de un primer y auspicioso intercambio de borradores, el proceso de búsqueda de la paz se interrumpió por el rechazo de Inglaterra y Estados Unidos —el eje anglosajón— porque tenían “otros objetivos estratégicos”.
—China y la UE son muy importantes para establecer equilibrios, debemos cooperar y no promover nuevas guerras frías —dijo Wang Yi, que no se privó de enrostrar a la UE su cerrado alineamiento geopolítico con Estados Unidos.
El gobierno de la India —quinta economía mundial—, al mismo tiempo que hace más fluida y sofisticada la relación con Estados Unidos, se mantiene como un fiel aliado económico de Rusia. El gobierno del nacionalista Modi, que no ha condenado la invasión rusa a Ucrania, ha aumentado un 400% su comercio con Rusia a lo largo del año pasado, lo que ha permitido a este país sortear en buena medida los efectos de las sanciones económicas que le impuso Occidente. El negocio es así: India importa gran parte del petróleo ruso y después de un leve proceso de refinado, lo reexporta a Occidente, especialmente a países de la UE, que pagan un aceptable sobreprecio.
A mediados de junio Modi viajó a Washington para una visita que tuvo toda la pompa de un gran acontecimiento diplomático. Estados Unidos busca profundizar sus lazos ofreciéndo acuerdos en Defensa (acceso a armamentos y tecnologías de vanguardia) y más densidad al vínculo comercial para potenciar a la India como contrapeso a China (con la que mantiene diferencias limítrofes de larga data) en la región Indo-Pacífico. El comercio bilateral asciende a los 170 mil millones de dólares, las inversiones de Estados Unidos en la India suman unos 50 mil millones y las de la India en el país del norte otros 40 mil millones.
Desdolarización
En la Declaración final de la reunión del bloque realizada el mes pasado en Johannesburgo, el foro advierte reconocer “los beneficios generalizados de unos sistemas de pago rápidos, baratos, transparentes, seguros e inclusivos. El BRICS fomentará el diálogo sobre instrumentos de pago para facilitar el comercio y los flujos de inversión entre los miembros. Subrayamos la importancia de fomentar el uso de las monedas locales en el comercio internacional y las transacciones financieras entre los países BRICS, así como entre otros países en desarrollo”.
La decisión de prescindir paulatinamente de la moneda estadounidense para fomentar el comercio intrabloque y atenuar los costos financieros que conlleva su utilización es una decisión política destinada, también, a reescribir las reglas del comercio internacional, que hasta ahora se ha basado en el dólar y en la centralidad del sistema financiero de Estados Unidos. El punto culminante en este proceso lo marcaría la creación de una moneda común, un proyecto que hoy promueven China y Brasil con más entusiasmo que el resto. Hasta ahora, casi el 30% del comercio entre países miembros se produce en dólares.
La circulación de una moneda común en un bloque —que según proyecciones podría representar la mitad de la economía global en menos de una década— es el comienzo de una estrategia destinada a impactar en el liderazgo global de Estados Unidos. Paradójicamente, las sanciones que excluyen a Rusia de la economía global formal (como la expulsión del SWIFT, un sistema de alta seguridad que usan más de 11 mil instituciones en más de 200 países y un actor dominante en las finanzas modernas) no hicieron más que acelerar la determinación de algunos países emergentes de usar monedas nacionales para el comercio bilateral. Hoy se estima que unos 40 países realizan sus operaciones comerciales con China en yuanes. Entre ellos Arabia Saudí, que aceptó cobrar en esa moneda sus exportaciones de petróleo. Del petrodólar al petroyuan.
En la misma línea, el pasado 28 de agosto India firmó un convenio con Emiratos Árabes Unidos para pagar sus compras de petróleo en rupias. La operación financiará la venta de un millón de barriles. En la región, Brasil y Argentina acordaron con China utilizar el yuan para el comercio bilateral, un ejercicio especialmente importante para el país vecino por el volumen en juego: unos 150 mil millones de dólares.
Cada una de estas acciones representan un paso hacia la madre de todas las batallas: la posibilidad de una extendida desdolarización, que podría conducir a la emergencia de un nuevo reparto del poder económico global, ahora organizado por bloques.
Guerra fría tecnológica
La innovación a través de tecnologías basadas en la gestión de datos está cambiando las relaciones entre países; implica nuevas y poderosas capacidades para crear, decidir, influir y comunicar. Esto le permite a los Estados que desarrollan estos recursos reescribir su vínculo con otros Estados, con los mercados y con los ciudadanos. Emerge así una nueva dimensión del conflicto geopolítico: la carrera por el liderazgo en Inteligencia Artificial (IA) y, en ese contexto, la puja entre Estados Unidos y China marca el ritmo de la disputa por el liderazgo global.
—El terreno crucial de muchas rivalidades estratégicas está pasando del ámbito físico al reino de la información y de la recolección y análisis de los grandes datos, al ámbito de las redes y las plataformas, y a los recursos de manipulación psicológica —advirtió Herny Kissinger.
La IA representa la gran disrupción tecnológica de nuestro tiempo, en virtud del alcance, escala y complejidad de sus efectos. Para que un Estado acceda al rango de potencia en IA necesita tres herramientas: los algoritmos más avanzados, un buen suministro de datos y hardware informático especializado. Es en este punto donde entran en juego los microchips, circuitos integrados de pequeñas dimensiones formados por algún material semiconductor, generalmente silicio.
Para alcanzar el estatus de potencia tecnológica, un Estado debe disponer de un complejo tecnológico capaz de diseñar y producir los microchips más avanzados. Y en este punto se tensiona la competencia entre Estados Unidos y China: la producción de microchips es una fortaleza del primero, porque a través de sus corporaciones y las de sus aliados (Taiwán, Japón, Corea del Sur y Países Bajos) controla todo el proceso: diseño, producción y comercialización. Y es, al mismo tiempo, una evidente debilidad para el segundo, que importa el grueso de los microchips que necesita y recién está incursionando en el proceso de producción.
La “batalla por los microchips” llevó a que las administraciones de Trump y Biden adoptaran diferentes medidas para obstaculizar el acceso de China a estos elementos, una estrategia de “contención tecnológica” con el fin de frenar su desarrollo y complicar sus pretensiones de liderazgo. El 9 de agosto pasado el gobierno de Estados Unidos promulgó la Ley Chips y Ciencia, que prevé 52.700 millones de dólares en subvenciones para investigación y desarrollo. Biden aseguró que “ayudará a Estados Unidos a ganar la competencia económica del siglo XXI (…) El futuro de la industria de los chips se hará en Estados Unidos”. El 27 de marzo de este año el mandatario invocó la Ley de Producción de Defensa para obligar a las empresas tecnológicas a producir en el país.
En China, el Estado puso en marcha a comienzos de esta década un programa de inversiones para desarrollos de IA que prevé el desembolso de unos 120 mil millones de dólares hasta 2030. Uno de los objetivos apunta a alcanzar el 70% de autoabastecimiento en microchips, pero las medidas proteccionistas impuestas por las administraciones estadounidenses amenazan con frustrar estas aspiraciones. Aun así, el Australian Strategic Policy Institute (ASPI) subrayó que “China ha construido los cimientos para posicionarse como la superpotencia científica y tecnológica líder en el mundo, al establecer una ventaja, a veces sorprendente, en la investigación de alto impacto en la mayoría de los dominios tecnológicos críticos y emergentes”. El liderazgo global de China se extiende a 37 de las 44 tecnologías que ASPI está evaluando, cubriendo una gama de campos tecnológicos cruciales que abarcan defensa, espacio, robótica, energía, ambiente, biotecnología, IA, materiales avanzados y áreas clave de tecnología cuántica. Y destaca que “para algunas tecnologías, las 10 principales instituciones de investigación del mundo tienen su sede en China y, en conjunto, generan nueve veces más trabajos de investigación de alto impacto que el segundo país clasificado (la mayoría de las veces, Estados Unidos)”. Finalmente, advierte que la Academia de Ciencias de China ocupa un lugar destacado (a menudo primero o segundo) en muchas de las 44 tecnologías incluidas en el informe.
Las sanciones comerciales y las medidas contra empresas proveedoras de tecnología sensible adoptadas por Estados Unidos han llevado al gobierno chino a promover estrategias de producción que le permitan una mayor independencia de las cadenas de suministro globales. La soberanía tecnológica se convierte en una cuestión existencial cuando los actores principales convierten las interdependencias en vulnerabilidades.
Geopolítica de proveedores
La generalizada implantación de estas tecnologías abre una nueva línea de ruptura en la geopolítica global, entre países que las producen y las venden y aquellos que las compran. La supremacía tecnológica (IA mediante) permite dominar la infraestructura civil de los países receptores de esas herramientas proporcionando una gran capacidad de influencia a los proveedores.
Kai Fu Lee, titular de la firma de capital de riesgo Sinovation Ventures, explica que “la IA es una industria en la cual la fuerza engendra fuerza: mientras más datos tengas, mejor será tu producto; mientras mejor sea tu producto, podrás recabar más datos. Es un círculo virtuoso, y Estados Unidos y China ya tienen amasados el talento, la participación en el mercado y los datos para ponerse en marcha”. Y agrega: “Hay siete empresas estadounidenses y chinas —Google, Facebook, Microsoft, Amazon, Baidu, Alibaba y Tencent— que están utilizando IA de forma exhaustiva y están expandiendo sus operaciones a otros países, con lo cual básicamente se están adueñando de esos mercados. Parece que los proveedores estadounidenses dominarán los mercados desarrollados y algunos de los mercados en desarrollo, mientras las empresas chinas tendrán la mayoría de los mercados en desarrollo”.
La competencia entre ambas potencias ha puesto en marcha una intensa disputa por esferas de influencia tecnológica y la retórica que la sostiene se está volviendo más explícita. Dice la economista española Alicia García Herrero: “Estados Unidos y China parecen estar bifurcándose hacia dos ecosistemas tecnológicos. Y si bien es cierto que solo para unas pocas tecnologías clave, una vez que se inicia el proceso de creación de alianzas es difícil detenerlo”.
Estados Unidos explicitó su oposición al uso de tecnología china para los desarrollos de la internet de quinta generación (5G), y consiguió que Inglaterra y la mayoría de los países de la UE renegaron de sus tratativas con la empresa Huawei. En la región, el asunto tiene el mismo tono. La tecnología digital que incorporarán los países latinoamericanos es parte de la agenda permanente en los asuntos bilaterales. La estrategia de contención hacia China también consiste en frenar la internacionalización de sus grandes corporaciones tecnológicas.
Futuro en pausa
Este repaso, parcial y descriptivo, de algunas de las principales tendencias que están rediseñando la geopolítica y la geoeconomía global permite reconocer la trayectoria cargada de retos que le espera a la clase dirigente argentina.
La propia dinámica de la política internacional (la guerra en Ucrania, la bipolaridad emergente, el creciente protagonismo de los BRICS) está creando condiciones objetivas para la revalorización geopolítica de América del Sur. Como ejemplo, la reciente cumbre entre la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe) y la UE, ávida de recursos energéticos y alimentarios. Si bien la puja entre Estados Unidos y China exige decidir con prudencia, también inaugura la posibilidad de ejercer un no alineamiento genuino, responsable e inteligente. Argentina podría ampliar su horizonte de autonomía si lleva adelante con destreza esa estrategia.
Pero esa autonomía —margen de autodeterminación en asuntos domésticos y capacidad de actuación internacional— depende tanto de atributos de capacidad como de las motivaciones, de la voluntad. El politólogo brasileño Helio Jaguaribe advirtió que la autonomía se consigue a partir de dos condiciones: la viabilidad nacional (los recursos que se disponen, pero también los niveles de integración sociocultural y los patrones éticos de una sociedad) y la permisividad internacional (cuando el contexto facilita accionar autónomamente). Lo segundo depende del escenario externo; lo primero, de las condiciones internas, y allí comienzan las dudas respecto de la posibilidad de que Argentina aproveche el momento histórico. Porque la grieta política impide construir lo común, esa amalgama de prioridades, propósitos e intereses que hacen posible los consensos básicos. Y esta imposibilidad frustra la potencialidad del país.
Repensar y rediscutir la inserción internacional es un imperativo que las élites deben afrontar. Es un tópico ninguneado en el debate político, pero es sustancial para el futuro. Alberto Fernández pidió sumar la Argentina a los BRICS y apoya las negociaciones por un acuerdo entre el Mercosur y la UE. En su momento, el expresidente Mauricio Macri fue un decidido promotor de este entendimiento y también impulsó la convergencia entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico (iniciativa de integración comercial con cuatro países miembros: Chile, Colombia, México y Perú). Lo positivo: la política reconoce la necesidad de redefinir nuestra inserción global, para aprovechar el dinamismo económico de un mundo que se hizo más ancho y diverso, a medida que Asia y los países emergentes confirman su ascenso. Lo negativo: no prosperan los espacios de intercambio, de negociación, indispensables para acordar lo elemental. Las demandas del futuro exigen generosidad política y cultura estratégica, pero son atributos que escasean entre nuestros líderes.
Enzo Girardi* Doctor en Relaciones Internacionales. Es especialista en relaciones internacionales con orientación hacia problemáticas de geopolítica, defensa y seguridad. Es docente de la Maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNSAM y es asesor para la Cámara de Diputados de la Nación. Coordina el Grupo de trabajo sobre Cibersociedad, ciberdefensa, ciberseguridad y protección de datos personales (C3PDP) en el Centro de Estudios Latinoamericanos (CEL) en la UNSAM.
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Anfibia
Foto de portada: trabajo realizado por Juan Pez. Dibujante e ilustrador. Su trabajo ha sido publicado y expuesto en Argentina, Colombia, Perú, México, Estados Unidos, España, Japón, entre otros.