«Si usted gana las elecciones, yo facilito su investidura. Si usted es el candidato más votado en las elecciones, yo me voy a abstener en la investidura. Si lo soy yo, ¿se va a abstener usted?». Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, lanzó este reto a su oponente Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, en el cara a cara previo a las recientes elecciones. Una lanza que el gallego arroja desde 2019 y que sus principales barones han repetido tras la jornada del 23 de julio.
Sin embargo, a pesar de que algunas voces han catalogado como anomalía el hecho de que no sea la lista más votada la que encabece el Ejecutivo central, en la Unión Europea es una práctica habitual de pactos, diálogos y ejercicio democrático.
Uno de los principales casos se encuentra en Bélgica. Su complejidad política y su división regional hacen de este uno de los países europeos con más apuros para la gobernabilidad. De hecho, hace unos años llegó a batir récord mundial de días sin Ejecutivo. El liberal Alexander de Croo es el primer ministro del país, a pesar de que su partido fue relegado al sexto puesto en las últimas elecciones.
Las dos fuerzas que ganaron las últimas elecciones, los nacionalistas flamencos de N-VA y la extrema derecha flamenca de Vlaams Belang, ni siquiera forman parte del Gobierno de coalición que integran hasta siete partidos diferentes.
En el vecino Luxemburgo, el liberal Xavier Bettel es uno de los líderes europeos más longevos. Lleva en el cargo desde 2013, a pesar de que su partido fue en las penúltimas elecciones tercero y en las más recientes segundo. En ninguna de ellas ha conseguido superar en votos a los conservadores del CSV, pero sí ha sido capaz de formar mayorías que gobiernen el gran ducado junto a los socialistas y a los verdes.
En Bulgaria, el partido Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria (GERB), de corte conservador, ganó las últimas elecciones. Aunque sí forma parte del Gobierno de coalición, su primer ministro, Nikolay Denkov, del liberal Continuamos el Cambio, pertenece a otra familia. Sofía puso así fin a un torbellino de inestabilidad política de hasta cinco repeticiones electorales que se prolongó durante más de dos años.
En República Checa, la coalición encabezada por Petr Fiala ganó en voto popular al polémico Andrej Babis, pero el partido del ex primer ministro conservador sumó un escaño más. Sin embargo, Fiala reunió una mayoría parlamentaria con liberales y el Partido Pirata, que le aupó a tomar las riendas del país.
Por su parte, en Irlanda el cargo de Taoiseach recae en estos momentos en manos de Leo Varadkar, cuya formación, Fine Gael, quedó relegada en las elecciones del año pasado al tercer puesto, por detrás de Sinn Féin y de Fianna Fáil.
Alianzas y tecnócratas
Un caso llamativo es el de Letonia, donde Krisjanis Karins encabezó en 2019 el Gobierno a pesar de que su partido Vienotiba (Unidad) era uno de los menos representados del Parlamento en términos de escaños. Tras formar alianza con otras cinco formaciones, ha reeditado el Gobierno recientemente.
Desde hace escasos meses, Eslovaquia es el único país del bloque comunitario que cuenta con un gobierno tecnócrata, que lidera Ludovít Ódor, vicegobernador del Banco Nacional del país.
Hasta el aterrizaje de la líder ultraderechista Giorgia Meloni, Italia también estuvo bajo los manos de un economista, el ex director ejecutivo del Banco Central Europeo Mario Draghi.
La muleta de la ultraderecha
El caso más reciente nos lleva a Suecia, donde el conservador Ulf Kristersson puso fin a los habituales gobiernos encabezados por fuerzas socialdemócratas en el país nórdico. Su partido, bautizado como Moderado, se aupó con el bronce en las pasadas elecciones, por detrás de los socialdemócratas de la ex primera ministra Magdalena Andersson y de la ultraderecha, encabezada por Jimmie Akesson.
El Gobierno tripartito, conformado junto a democristianos y liberales, necesita a la extrema derecha como muleta. Los de Akesson no están dentro del Ejecutivo –a diferencia de la vecina Finlandia donde el Partido de los Finlandeses encabeza siete ministerios– pero sí le dan apoyo externo.
Poco antes de los comicios, el líder del Partido Popular planteaba una reforma de la Ley de Régimen Electoral General para «garantizar que sea proclamado alcalde quien haya recibido el mayor número de votos y asegurar la gobernabilidad de la lista más votada». Un automatismo que no encuentra parangón en la Unión Europea y que se distancia del principio básico de entendimiento, diálogo y acuerdos entre las diferentes fuerzas políticas.
*María Zornoza, periodista.
Artículo publicado originalmente en Público.es
Foto de portada: El primer ministro de Bélgica, Alexander de Croo, pasa delante del palco de autoridades durante la celebración del Día Nacional de Bélgica, el pasado 21 de julio en Bruselas. —Olivier Matthys/EFE/EPA