“Ha llegado el tiempo de los patriotas a Europa”, proclamaba la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, mediante videoconferencia y en perfecto castellano, en un mitin de la campaña de Vox el pasado 13 de julio. Sea lo que sea lo que la líder del ultraderechista Hermanos de Italia entiende por “patriotas”, ese advenimiento deberá esperar. España era la primera etapa de un plan trazado cuidadosamente durante meses en Italia y que debía empezar a coger forma en septiembre.
Madrid debía ser la capital por la que pasase la estrategia de Meloni, presidenta también del grupo Europeos Conservadores y Reformistas (ECR), para construir una nueva alianza en Bruselas y expandir su proyecto político. El esquema era el mismo que ella había puesto en funcionamiento en Italia: una filial del Partido Popular Europeo (en este caso, Forza Italia) y una de ECR (la de su partido).
La ultraderecha y el centroderecha unidos, aunque las proporciones del cóctel pudiesen variar en cada país. Pero el resultado del pasado domingo en España ha sido una decepción profunda. El modelo Meloni, creen en Roma, ha encallado en la primera parada de su viaje europeo.
Las elecciones españolas habían levantado una gran expectación en Italia. La izquierda veía en Pedro Sánchez el último bastión de la resistencia a la ola que la derecha surfea en Europa en los últimos tiempos (la líder del Partido Democrático, Elly Schlein, lo llamó la misma noche para felicitarlo). El resultado era muy importante, además, opinaban en el partido de Meloni, para ver si esa tendencia de cambio continuaba.
Pero, sobre todo, para avanzar en la normalización de los partidos que integran el grupo ECR a través de filiales como Vox, que aspiran a entrar definitivamente en las instituciones y terminar con el cordón sanitario impuesto en la mayoría de países. Menos en Italia, claro.
En ese sentido, constatan en el Ejecutivo italiano, algunos de los movimientos de ultraderecha asociados a Hermanos de Italia (como Vox) generan todavía más rechazo que aceptación entre el electorado. Y eso, en la estrategia de normalización, es un problema. “La ola negra se ha parado en España”, titulaba el periódico turinés La Stampa, en referencia al color tradicionalmente asociado al fascismo.
Los principales promotores de este pacto son la propia Meloni, Antonio Tajani, coordinador de Forza Italia y vicepresidente del Partido Popular Europeo, y Manfred Weber, presidente de ese partido en el Parlamento Europeo. El alemán, que ya estuvo en Roma durante la campaña electoral para bendecir la alianza entre la filial de su partido en Italia y la ultraderecha, volvió en junio a la capital italiana para continuar zurciendo las costuras del pacto.
Si el pasado septiembre ya le pareció que no había ningún inconveniente en ir de la mano con Meloni, antes de las elecciones españolas todavía había más motivos para empujar una alianza que funciona en Italia. España, sin embargo, es ahora una piedra en el zapato del presidente de los populares europeos para seguir avanzando en ese proyecto.
El propio candidato del Partido Popular a las elecciones en España, Alberto Núñez Feijóo, defendió la colaboración con Meloni en los días previos a las elecciones. En una entrevista concedida al diario El Mundo, el líder del PP abogó por la entrada de la primera ministra italiana en el Partido Popular Europeo (PPE). “Dependerá de la actitud de la señora Meloni”, matizó, aunque se mostró convencido, apoyándose en la impresión de Tajani, de que los postulados de Meloni inquietan hoy “mucho menos” que cuando asumió el cargo, en octubre de 2022.
La fórmula italiana, esa es la gran cuestión, es también el guion de lo que podría venir tras las elecciones europeas de junio de 2024, donde ambos universos de la derecha buscan una alianza que permita desalojar al partido socialista de la mayoría que eligió la Comisión Europea de Ursula von der Leyen y excluyó entonces a la ultraderecha de los cargos institucionales. El entendimiento entre ambos campos es ya un hecho en Finlandia, donde la derecha moderada negoció con los ultras del Partido de los Finlandeses, que desempeñan un papel fundamental en el Gobierno. Un plan que responde fundamentalmente a la necesidad de crecer de ECR y a que los partidos que integran el PPE no gobiernan en ninguno de los seis países de mayor peso (Alemania, Francia, Italia, España, Polonia y Países Bajos).
Meloni no ha hecho ninguna declaración pública respecto a las elecciones españolas. Pero el resultado, aceptan en su partido, es un contratiempo importante. Más allá de cómo termine el plan, el proceso de expansión del proyecto se verá retrasado y podría perder a su principal aliado. Y, precisamente por eso, el único que sonríe en la derecha italiana es Matteo Salvini. El líder de la Liga, el tercer partido de derecha que integra el Gobierno italiano, lleva meses intentando encontrar un encaje en Europa, ya que su grupo ―al que también pertenecen Alternativa por Alemania o la francesa Marine Le Pen― ha quedado marginado por populares y por la familia de Meloni y Vox, que curiosamente los consideran demasiado ultraderechistas. “En Europa solo podremos ganar unidos”, señalaban fuentes del partido el martes.
*Daniel Verdú, nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos.
Artículo publicado originalmente en El País, extraído de Other News.
Foto de portada: Giorgia Meloni, durante su intervención el pasado 13 de julio en un mitin de Vox mediante videoconferencia.Foto: BIEL ALIÑO (EFE) | Vídeo: EPV