Multipolaridad Nuestra América Pensamiento Geopolítico Nuestro Americano

¿Quo Vadis Nuestra América? ¿Es suficiente el multilateralismo?

PIA Global presentará una serie de artículos que exponen el pensamiento de Raphael Machado*, fundamentales para la construcción de un pensamiento geopolítico nuestroamericano

«hacia la consolidación de un pensamiento geopolítico nuestroamericano»

Por Raphael Machado*

El año pasado, en el Club Valdai, el Presidente ruso Vladimir Putin hizo algunos comentarios bastante interesantes sobre la escena mundial, haciendo hincapié en la afirmación de la singularidad cultural y civilizacional de Rusia. Por ejemplo, declaró:

«Estoy convencido de que la verdadera democracia en un mundo multipolar consiste ante todo en la capacidad de cualquier nación -insisto- de cualquier sociedad o civilización para seguir su propio camino y organizar su propio sistema sociopolítico. Si los Estados Unidos o los países de la UE tienen este derecho, los países de Asia, los Estados islámicos, las monarquías del Golfo Pérsico y los países de otros continentes sin duda también lo tienen. Por supuesto, nuestro país, Rusia, también tiene este derecho, y nadie podrá decir nunca a nuestro pueblo qué tipo de sociedad debemos construir y qué principios deben sustentarla».

Hay una serie de comentarios similares que dan la idea de un «camino propio», no sólo en el sentido de «soberanía económica», sino también cultural, axiológica, etc. No por casualidad, Putin cita en el discurso a Nikolai Danilevsky, tan conocido por ser un «teórico de las civilizaciones», el Spengler o Toynbee ruso, por ser uno de los padres del eurasianismo. Y es desde esta perspectiva desde la que Putin critica la pretensión de universalidad de los valores occidentales.

Lo mismo puede verse en el Nuevo Concepto de Política Exterior de la Federación Rusa, publicado el año pasado tras ser elaborado por el Ministerio de Asuntos Exteriores y firmado por Putin. En él, por ejemplo, se comenta:

«Más de mil años de independencia del Estado, el patrimonio cultural de la era anterior, los profundos lazos históricos con las culturas tradicionales europeas y otras culturas euroasiáticas, y la capacidad de garantizar la coexistencia armoniosa de diferentes pueblos y grupos étnicos, religiosos y lingüísticos en un territorio común, desarrollada a lo largo de muchos siglos, determinan la posición especial de Rusia como país-civilización único y como vasta potencia euroasiática y europacífica que une al pueblo ruso y a otros pueblos pertenecientes a la comunidad cultural y civilizacional del mundo ruso.»

Este comentario es tanto más notable cuanto que recupera el concepto de Estado-Civilización, desarrollado y popularizado por el filósofo chino Zhang Weiwei. Alexander Dugin, en un comentario sobre el documento, destaca también el grado sin precedentes de profundización teórica que se observa en la dirección política rusa desde el comienzo de la operación militar especial.

Hablando de China, también podríamos decir que vemos pronunciamientos y producciones teóricas de similar contenido procedentes de la gran potencia asiática, del propio líder Xi Jinping, así como de importantes teóricos como Jian Shigong y Wang Huning.

Todo ello lo comento para, volviendo los ojos a Nuestra América, lamentar que aparentemente sigamos sin tomarnos en serio la transición multipolar. Peor aún, uno tiene la impresión de que ni siquiera entendemos realmente la multipolaridad con la profundidad necesaria.

Tomando como punto de referencia, por ejemplo, Brasil, gobernado de nuevo por el Partido de los Trabajadores, hace mucho hincapié en su supuesta adhesión a la idea de la multipolaridad, habiendo sido utilizado el término incluso esporádicamente por Lula. Sin embargo, la comparación no resiste el análisis.

A pesar de la necesidad de reconocer la gran pericia de un ministro de Asuntos Exteriores como Celso Amorim (ahora asesor de la presidenta en asuntos internacionales) para elevar a Brasil como actor en el «Sur Global», ideas como estado-civilización o incluso civilización no tienen resonancia aquí. Tampoco la crítica al universalismo axiológico occidental, etc.

Todo lo contrario. Recientemente, por ejemplo, vimos al canciller Mauro Vieira afirmar que Brasil utilizará la adhesión al modelo liberal-democrático occidental como criterio para la entrada de nuevos miembros en el BRICS. El ministro Flávio Dino, por su parte, afirmó que el crecimiento chino representaba «un peligro para nuestros valores occidentales».

La impresión es que, en realidad, Brasil está más interesado en un mundo multilateral que en uno multipolar. ¿Pero no sería lo mismo? En absoluto.

Me explico:

La multipolaridad tiene en su núcleo la idea de una pluralidad de civilizaciones, lo que implica una multiplicidad de centros no sólo de poder geopolítico y fuerza económica, sino también de valores, identidades, modelos políticos, creencias, mitos, etc. La multipolaridad implica, por ejemplo, la superación de dicotomías occidentales modernas como derecha/izquierda, democracia/dictadura, monarquía/república, tradición/modernidad, Estado/sociedad, etc. que, de forma simplista, siempre acaban teniendo una carga moral.

Diferentes pueblos tendrán diferentes valores, diferentes sistemas políticos, diferentes creencias, diferentes modelos económicos, etc. y está bien que las cosas sean así. Es, en este sentido, la Eneida del antirracismo, incluso frente al racismo «políticamente correcto» que ha cambiado el mito de la «carga del hombre blanco» del neocolonialismo directo por la «carga del hombre blanco» de la prédica neomoralista despierta.

El multilateralismo, por su parte, se basa en la fragmentación de las soberanías nacionales en favor de organismos y agencias transnacionales como la OMC, la OMS, el Banco Mundial, etc. Por supuesto, el multilateralismo consigue abrazar un cierto antiimperialismo en la medida en que exige, obviamente, la reducción drástica del poder y de la influencia de Washington en el mundo. Pero en función de Nueva York.

Las secuencias de «amenazas» y «emergencias» mundiales se utilizan para legitimar la reducción de nuestras soberanías y el pisoteo de nuestras democracias, en favor del empoderamiento de tecnocracias sin Estado y no elegidas, de «expertos» capaces de dictar leyes, normas y costumbres a los pueblos del mundo.

La retórica antiestadounidense es naturalmente seductora, pero ¿estamos realmente interesados en renunciar a la democracia en sentido popular a cambio únicamente de debilitar a Estados Unidos?

En este sentido, a nivel sistémico, si la multipolaridad es la afirmación de la pluralidad de centros, el multilateralismo es la negación de la existencia de centros. En lugar de centros, existen las asambleas, reuniones y conferencias fluidas de las élites mundiales. No hay centros. El poder se fragmenta en los miembros de esta superclase apátrida de los que viajan en avión fletado a las conferencias sobre el cambio climático y cenan carne de ganso y caviar mientras comentan la necesidad de reducir la cabaña ganadera a escala mundial y convencen a «la chusma» de que coma insectos.

Por supuesto, no creemos que personajes como Lula se den cuenta de todas estas diferencias teóricas y sus implicaciones. Lo mismo debe ocurrir con la mayoría de los demás líderes continentales (Boric, sin embargo, es otra historia…).

La desinformación y la falta de preparación de nuestros liderazgos es en realidad consecuencia de que nuestros intelectuales han dejado de pensar de una manera arraigada en Nuestra América. La clase intelectual latinoamericana ha abrazado un cosmopolitismo aprendido en la Sorbona y un «descolonialismo» chic aprendido en Harvard, que sólo puede culminar en la conclusión de que la historia de Nuestra América ha sido un «gran error» desde 1492.

¿Cómo pensar en Nuestra América si nuestros intelectuales piensan que ni siquiera debió haber nacido?

La excepción, por supuesto, fue Hugo Chávez, que sí tenía un proyecto continental de carácter civilizatorio muy profundo, pero desde entonces no sólo no hemos avanzado en el debate, sino que hemos retrocedido.

Esa debe ser la tarea del intelectual de Nuestra América. Con los pies descalzos sobre el suelo de nuestra tierra, con esa actitud nietzscheana de «amor fati», que dice «sí» a lo que somos y acepta, sin resentimiento, la herencia compleja, conflictiva, trágico-heroica de nuestra historia. Para que luego podamos pensar en nuestro futuro post-occidental.

Raphael Machado* Licenciado en Derecho por la Universidad Federal de Río de Janeiro, Presidente de la Associação Nova Resistência, geopolitólogo y politólogo, traductor de la Editora Ars Regia, colaborador de RT, Sputnik y TeleSur.

Foto de portada: DEA / Getty

Dejar Comentario