África Análisis del equipo de PIA Global

Wagner en África: ¿contrapeso al intervencionismo occidental?

Escrito Por Beto Cremonte

Por Beto Cremonte*-
La presencia del grupo Wagner en África puede ser analizada como una respuesta a los métodos y recetas que occidente sigue ofreciendo como salida a las crisis del continente africano.

La pugna entre Vladimir Putin y Yevgueni Prigozhin levantó un vendaval en el corazón de África. Mientras el líder del Grupo Wagner recorría los pocos kilómetros que lo separaban de la capital rusa, un puñado de naciones africanas miraba con recelo el futuro que podría ocurrir en el continente, a sabiendas de que su propio futuro está en juego. Mali, Burkina Faso, Sudán o República Centroafricana han estrechado en los últimos años sus relaciones con Moscú y con el Grupo Wagner, pero ni siquiera en sus pesadillas más descabelladas imaginaban que Moscú y Wagner serían un día dos entidades enfrentadas.

Después de la “rebelión” manifiesta del grupo Wagner contra el Kremlin, la incertidumbre llegó hasta el continente africano donde los liderados por Prigozhin tienen presencia en varios países, con un historial actual o reciente de pérdida del control territorial soberano debido a insurgencias, golpes recientes o cambios de régimen inestables e intervenciones fallidas o problemáticas de organizaciones occidentales. Wagner y los proyectos asociados, también dirigidos por Yevgeny Prigozhin, han capacitado a militares y milicias africanas en contrainsurgencia, sirvieron como seguridad privada para jefes de estado, llevaron a cabo directamente contrainsurgencia, aseguraron recursos minerales en estos países, lo que sugiere un cierto grado de incertidumbre e interrogantes ante el levantamiento (fallido) del grupo.

Wagner, en definitiva, ha sido utilizado como un medio de seguridad privada, para muchos analistas el mote de “mercenarios” los pone en un justo lugar, lo cierto es que han actuado para privatizar la seguridad del Estado, de esos Estados incapaces de poder llevar adelante guerras ‘sucias’ fuera de los códigos de combate liberales establecidos. Cabe aclarar que estas guerras y métodos son los mismos propuestos por las fuerzas regulares de los países occidentales que con métodos imperiales y/o coloniales mantienen a los Estados bajo control.

Para los medios de comunicación, analistas y hasta incluso para los representantes de los gobiernos de occidente, la presencia de Wagner en África esta caracterizado como una aberración, una forma de intervención del Kremlin, una manera en la que Putin pueda ejercer poder sobre los países africanos en los que el grupo tiene presencia. Pero a la vez también es visto como un disruptor intencionado de las asociaciones entre África y Occidente dedicadas a la construcción de soberanías liberales a través de la ayuda, la consolidación de la paz y el asesoramiento sobre políticas. Quizás lo podemos decir en términos de una herramienta contra el colonialismo “oenegeista” tan común en los países empobrecidos del continente africano.

Los comentarios de los gobiernos occidentales, los cuadros diplomáticos y un buen número de consultores comparten una lectura errónea profunda y significativa de la política africana. Esto es que los gobiernos africanos aún no han aprendido adecuadamente las mejores y/o correctas formas de gobierno. Fácilmente se dice que las democracias africanas son débiles, que esta “debilidad” promueve o facilita los “golpes de Estado” (también en términos occidentales). Esta lectura errónea se inició durante la descolonización, un período en el que las potencias descolonizadoras discutieron la independencia dentro de un marco singular.

Ahora bien, quizás la pregunta fundante para desanudar el análisis de porque es necesaria (o no) la presencia del grupo Wagner en el continente, sea repensar el concepto de si las élites africanas están o no preparadas para sostener procesos de estatalidad en la gobernanza. Claro que no hallaremos una respuesta sin contradicciones. El posicionamiento geopolítico desde el que nos paremos para hacer este análisis será el que nos marque el camino para llegar a alguna conclusión que satisfaga ese mismo posicionamiento desde el que partimos.

En principio, y haciendo un recorrido somero por la historia de la política africana poscolonial, llegaremos al acuerdo tácito de que las potencias coloniales y/o imperiales vieron que la política africana sería incapaz de ser llevada adelante sin su intervención, sea por los medios que fueran o sean necesarios. Ya sean estos legales o ilegales, por la paz (política) o por la guerra o la intervención militar.

Hasta el día de hoy, varios tropos relacionados con la corrupción, el fracaso estatal, la consolidación de la paz, la ayuda al desarrollo, los préstamos basados ​​en políticas, la supervisión de elecciones, la asistencia técnica y el buen gobierno refrescan esta ansiedad muy occidental.

Este encuadre está unificado por una contraposición liberal. Si la política africana es demasiado corrupta, violenta, ineficiente, etc., entonces las soluciones deben buscarse dentro de los códigos de gobierno liberal: mercados liberalizados, fuerte aplicación de los derechos de propiedad, una economía nacional abierta, sociedad civil, rendición de cuentas y transparencia, pluralismo y deliberación procesos políticos a menudo basados ​​en alianzas y democracia multipartidista.

Una y otra vez, las facetas de esta doctrina anclan la representación de los comentaristas occidentales de la política africana como subdesarrollada de una forma u otra. Y esto atribuye a la política africana una relación específica con las agencias occidentales: la tutela paternalista que debe ejercer occidente para que los fracasos no golpeen a los sistemas democráticos liberales propuestos.

Las élites africanas se han esforzado por manejar lo que podría describirse no tanto como una política subdesarrollada sino más bien como un exceso de la política, una sucesión de dificultades estratégicas, sociales y materiales que abrumarían a cualquier camarilla de legisladores de la UE, consultorías o instituciones de la ONU, o los “grandes” estrategas políticos del otro lado del Atlántico. Nada de esto es para excusar los fracasos y depredaciones a veces abismales de muchas élites poscoloniales. Es simplemente decir que los desafíos de gobernar Estados que fueron producto de una colonización altamente traumática, arrojados a sistemas propuestos por un mundo fuertemente sobredeterminado por la Guerra Fría y definido por una inestabilidad económica generalizada establecieron un gobierno poscolonial en una condición de conflicto político complejo y urgente con soluciones que siempre fuero propuestas con miradas occidentales muy alejadas de los problemas africanos. A menudo hacemos mención de la necesidad de plantear soluciones africanas a problemáticas africanas.

Lo que es más interesante para nuestros propósitos es por qué los políticos y diplomáticos occidentales se equivocan en la política africana. La razón clave es que todos implementan el mismo paradigma liberal simplificado como una forma de hacer legible la política africana. El discurso sobre África está salpicado de consejos fatuos sobre elecciones libres y justas, descentralización para acercar el gobierno a la gente, los beneficios del liberalismo económico como semillero para el espíritu empresarial.

Este Liberalismo sirve para hacer que la política africana sea subdesarrollada pero sustancialmente lo que revela es la continua ingenuidad de los observadores occidentales que repetidamente han fracasado en generar incluso la mínima sofisticación cognitiva para reconocer que la política africana está, si acaso, demasiado desarrollada: definida por un exceso de política.

Wagner como contraposición a la propuesta occidental

La presencia de Wagner en algunos países africanos provoca claramente el temor en los Estados Unidos de perder esa influencia hegemónica en África. Occidente necesita recuperar a los africanos de la influencia antiliberal de Rusia.

Wagner es la contraparte de un repertorio de técnicas de gobierno en el contexto de inestabilidad continua y radical en África. La fragmentación de la soberanía territorial, el uso del estado como un recurso en sí mismo, la ‘extraversión’ del enriquecimiento de la élite hacia paraísos fiscales y propiedades en manos de grupos familiares, el uso de militares como modo de saqueo, la subcontratación de servicios centrales del gobierno a los actores internacionales a través de acuerdos de recursos opacos, las relaciones ambiguas entre los gobiernos y las organizaciones criminales… todas estas cosas son lo que parece la política poscolonial de África en una era de crisis. Las actividades de Wagner en África son extremas pero no excepcionales.

Es instructivo que la atención internacional sobre Wagner en África surja a raíz de la marcha de Yevgeny Prigozhin sobre Moscú. Quizás Rusia y muchas partes de África compartan algo de esa realidad que hoy intentamos representar desde la política.  

La política de élite en gran parte de África requiere una especie de maquiavelismo sobrealimentado, quizás esto sea lo que Wagner pueda garantizar en suelo africano. En este contexto, algunos países africanos comparten algo más con Rusia.

Rusia, como África comparten el fenómeno de realidades profundas de la política alejada del modelo occidental, el proyecto de construcción de la nación, la construcción de instituciones que aseguren una previsibilidad básica para la vida social, la fundación de una pretensión de legitimidad básica de que el estado y su nación pueden aspirar a un buena política, se manifiestan en toma de decisiones que fomenten estos principios.

Quizás por eso Wagner está presente en Rusia y partes de África. Es un síntoma del hecho de que muchos estados buscan formas de hacer cumplir el poder estatal, erradicar la oposición armada, desplegar recursos y establecer redes internacionales que evaden, acortan o rechazan los mantras liberales que han demostrado durante décadas que no están a la altura de la tarea.

Muchos gobiernos africanos realizan una hibridez dinámica e improvisada, combinando estrategias políticas liberales, nacionalistas. Toda estrategia y visión nacional cohabita con la maniobra clientelista, con consideraciones de seguridad territorial, con ambiciones venales de apropiación de recursos, con la transnacionalidad sigilosa de acumulación de riqueza. La seguridad privada es parte de esta hibridez, junto con las corporaciones transnacionales, los paraísos fiscales y los intermediarios y mediadores de élite en la sombra.

En una era en la que el liberalismo en las culturas políticas occidentales parece gravemente debilitado, que uno tiene que preguntarse cuánto tiempo más podrá Occidente mantener su liberalismo global. Reconocer esto y buscar un análisis político más preocupante pero más relevante es el primer paso que quienes estén interesados ​​podrían tomar si quieren responder a la política completamente moderna y sofisticada de África. Después de todo, no se puede suponer que África pueda albergar en su presente algunos augurios del propio futuro de Occidente.  Llama la atención cómo, después de setenta años de expectativa de que la economía mundial convergería a través del crecimiento económico en el Sur Global, es la crisis global la que parece impulsar la convergencia en todas las naciones.

Ante este escenario de crisis del sistema impuesto, surge la pregunta de si el multilateralismo podrá suplir las necesidades de los países que ven en las relaciones con occidente la madre de sus problemáticas. Es por ello que la propuesta de venida desde Rusia, China o Turkye, por ejemplo es tomada como un salvavidas para muchos Estados africanos, en los que Wagner asegura cierto grado de estabilidad, al menos en la lucha contra las insurgencias y terrorismo que muchas veces es la herramienta que utiliza el intervencionismo occidental para hacer mella en los débiles gobiernos africanos.

La lucha sin embargo siempre será por los recursos naturales africanos. Asegurar su explotación y saqueo brinda a los Estados coloniales un reaseguro en las políticas de intervención. Es por ello que la participación de Wagner es, a la vista de occidente, un escollo en los planes de recolonización y saqueo.

*Beto Cremonte es docente, profesor de Comunicación Social y Periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política, FPyCS UNLP.

Foto de portada: Manifestantes sostienen una pancarta en la que se lee «Merci Wagner», nombre de la empresa rusa de seguridad privada presente en Mali, durante una manifestación organizada por la plataforma panafricana Yerewolo para celebrar el anuncio de la retirada de las tropas francesas de Mali, en Bamako, el 19 de febrero de 2022. AFP – FLORENT VERGNES

Acerca del autor

Beto Cremonte

Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la Unlp, Licenciado en Comunicación social, Unlp, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS Unlp