Colaboraciones Nuestra América

Colombia: desde los balcones

Por Marcelo Caruso Azcárate*
El balcón ha sido siempre un espacio para curiosear y chismosear con los vecinos, para escuchar serenatas y recibir amores y para dirigirse, de vez en cuando, a las personas.

Su altura es necesaria para que el mensaje se socialice y juegue un papel fundamental en la democracia. Cuando el orador convence, y también escucha, se desatan misteriosas conexiones que aportan a construir poder social y ciudadano. Fueron múltiples balcones los que elevaron a Gaitán a la categoría de líder histórico de los desposeídos. El balcón del Palacio Liévano de la Alcaldía de Bogotá creó el sustento social para que no pudieran expulsar al alcalde Gustavo Petro. Fue el balcón del Palacio de Nariño el que, en ejercicio de democracia constitucional participativa, enmarcó la reciente presentación de las reformas del Cambio Histórico liderado por el gobierno Petro-Márquez. La oposición se concentró en medir la cantidad de asistentes, pero fue su calidad lo que asustó a quienes han ejercido tradicionalmente el poder. Por eso atacan como “peligrosas expresiones callejeras” estas articulaciones simbólicas de la democracia directa.

El balcón tiene un sentido de ida y vuelta en la comunicación y participación social, pues propone y escucha. Es un vínculo de los gobernantes con los gobernados que enriquece la gobernanza. Lo que desde allí se diga con sensibilidad, compromiso e inteligencia, se multiplica; pues al llegar a la consciencia de quienes escuchan y responden lleva las ideas y propuestas a sus comunidades. Y si las palabras están llenas de razones y emociones, al ser recibidas por la multitud se convierten en fuerzas, convicciones y asociatividades que generan poder. Así, el efecto construido por ambas partes alimenta las esperanzas y pone a todas y todos a pensar sobre las acciones que permitan concretar esas propuestas.

Hablar de cara al pueblo es una bisagra insustituible en la construcción de confianzas que no puede ser reemplazada por la vía mediática de una sola dirección. Un comunicado donde el mandatario se refiere a temas de trascendencia emocional y ética -como las conductas que supuestamente puedan aludir a sus familiares- no permite transmitir el sentimiento que lo afecta y la convicción de afirmarse en el proyecto colectivo iniciado, y para eso también el balcón es lo más adecuado, pues lo humaniza e iguala con su familia ampliada.

No es casual que los jefes políticos de las fuerzas tradicionales no lo hayan frecuentado ni para tomar el sol. Ni es una sorpresa que la virtualidad en el trabajo haya distanciado las causas colectivas aumentando un pasivo individualismo. La presencialidad nos pone frente a frente las miradas, como dice la exministra Patricia Ariza, y es la base de la construcción de confianzas, de empatías que nos definen como seres sociales y aclaran los horizontes.

A punta de balcones no se cambia el mundo del sistema, pero se alimenta el mundo de la vida. Del balconazo hay que ir a la puerta de la casa, con las juntanzas del pueblo soberano en cada territorio, construyendo y expandiendo el marco constitucional de ese poder transformador. Para lograrlo no hay recetas, hay que lucharlas y crearlas en cada realidad concreta. Si los balcones se formalizan podrían dar curso a asambleas territoriales en los lugares de estudio y trabajo, debatiendo y conversando los temas con cartillas educativas y videos, e incluyendo a otras funcionarias/os con capacidades comunicativas y a líderes políticos y sociales. El aparato del Estado tiende a encerrar al gobernante y lo lleva a olvidar el balcón desde donde informar, rendir cuentas, escuchar y promover la incidencia organizada de sus comunidades. De allí la importancia de fortalecer estos espacios de encuentros sociales que construyen democracia y ciudadanía, y estimulan nuevas y diversas asociatividades, propias del Estado participativo y socioambiental de derecho.

Marcelo Caruso Azcárate* Investigador social colombo-argentino

Foto de portada: Jorge Eliécer Gaitán /Imagen, Circasia, Caldas «Quindío»

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