Y esta ruina que vive el MAS, marcado por la división, la intriga, la sospecha, y la decepción, parece que no augura un porvenir. Y con seguridad el sentimiento de la decepción será el que afecte más a los movimientos sociales; porque al atravesar el camino de la decepción, pueden elegir el camino de la “limpia”, despojarse de los insultos, los adjetivos y epítetos y salir más fuertes, más estratégicos; o, transitar la decepción, defendiendo a rajatabla las posiciones, el cruce de acusaciones, el ajuste de cuentas y la búsqueda de culpables, para seguir vendiendo la fórmula de que el que piensa distinto o actúa diferente es traidor y vendido a la derecha, y seguir como suele decirse «en la misma mierda». Como vemos la decepción puede volverse condición para crear pensamiento y abrir la posibilidad de elaborar un balance colectivo sobre lo vivido, donde colectivo no significa «todos juntos», sino «entre todos»; o, seguir enmierdado porque ya se ha roto todo vínculo de compañerismo o hermandad política.
La pesada herencia del izquierdismo: poder o potencia
Alain Badiou dice que “no hay fracaso si hay balance, y a pesar de que los procesos políticos atraviesan fracasos y fracasos, el peor fracaso es no pensar nada”; y, esto pasó después del golpe del 2019 y ahora después de la asonada de la oligarquía cruceña. Esta conducta, tanto del gobierno de Evo, como el de Lucho, se origina en la falta de valor político por reconocer que el fracaso o la derrota siempre se da en varios puntos, donde las cosas comienzan a torcerse, donde se toman decisiones malas. Por ejemplo: en qué momento y cuáles fueron las decisiones para incorporar en el gobierno a gente como los Romero, Quintana, Siles, Ferreyra, Lima, Mayta, Richter, Céspedes, etc. no digo que no estén en el proceso de cambio, sino cuestiono donde estaban; qué razones llevaron a decidir el referéndum de la reelección o la postergación del censo; cuáles son las causas para decidir el destino mensual de los aportes que llega a más de medio millón de dólares; cuáles son las decisiones para repetir año tras año el adoctrinamiento que llaman formación política; cuáles son las decisiones, ayer y ahora, de no construir una militancia combativa y politizada, etc.
Ahora estamos pagando las consecuencias de esas decisiones, cada día que pasa la división se ahonda, la dispersión es no solamente física, sino sobre todo mental y sensible, se deja de compartir un horizonte, aunque débil, pero era una lectura común sobre adónde queríamos dirigirnos. El balance dentro de nuestras filas, vuelve el fracaso en absoluto, porque el fracaso no está inscrito en el deseo de transformación, sino en la vía concreta que hemos elegido, y las vías que hemos elegido, como las señaladas, nos hunde ahora en el fracaso.
Si hubiéramos hecho el balance, los fracasos se volverían fecundos, encontraríamos en las derrotas un significado; no para evitar que volvamos a equivocar, pero equivocarnos la próxima vez de manera distinta. Lo peor es fracasar igual, el fracaso previsible, esto que estamos viviendo; y este fracaso lo veníamos venir desde hace más de dos años, cuando comenzó las disputas para nombrar a los candidatos a alcaldes, legisladores, ministros, etc. etc. Entonces como no hicimos el balance y tampoco lo hacemos ahora, vence el balance del adversario.
Pero hay algo mucho más importante que analizar todas esas decisiones erradas, y es reflexionar qué quería el proceso de cambio en enero del 2006, y era el poder político como objetivo principal de la acción y, en consecuencia, confundir y/o subordinar la potencia al poder, la política de los movimientos sociales a la política del MAS, la emancipación a la gestión. Y esta es la idea que quiero poner a discusión en la elaboración colectiva del balance: el problema de la confusión entre potencia y poder que nos ha hundido en este pantano y cosificado todas las energías en este estado de cosas o sea en el Estado. Hay dos maneras de confundir potencia y poder; una, en el pensamiento y dos en el hacer.
En el pensamiento, las élites que dirigieron el proceso de cambio y el MAS, siempre pensaron que los movimientos sociales son efectivos en las marchas, concentraciones y bloqueos, pero insuficientes; y así, la dirección del MAS o el gabinete político se consideraban ellos mismos, el «plus» político que canaliza la energía de los movimientos sociales hacia las instituciones para transformarlas, donde el MAS o el gabinete político interpreta y sintetiza las demandas y los descontentos: traduce políticamente a los movimientos. Este es un pensamiento que subordina la potencia al poder, donde los movimientos son procesos importantes, pero sólo como «preparación» hacia otra cosa; donde las señales que emitían los movimientos sociales, el presidente del MAS o el presidente tienen que saber leer y organizar. Este es un pensamiento triste, porque ve a los movimientos no como potencias en sí mismos y por sí mismos, sino que siempre están «en función de» lo que está pensando la dirección, el gabinete, el jefe o el presidente.
El hacer se refleja en lo que es el MAS, “la expresión orgánica y política de las organizaciones sociales, y no un partido político clásico y tradicional”, (dizque los intelectuales del MAS), pero en los hechos reales, es un instrumento orgánico en torno a la cual se han reunido corrientes tan diferentes como los maoístas, guevaristas, marxistas, comunistas, y otros rebalses de partidos de derecha, pero ninguna corriente indianista, eso sí, indigenista, porque son los “líderes” de estas corrientes los que se sentaron en las sillas del poder.
Creo que este instrumento orgánico es una mala idea (teórica), porque ha tenido malos efectos (en la práctica), y nos remitimos a esta guerra cruzada de insultos y epítetos. Es mala idea teórica, porque el MAS se basa en el paradigma unificante de lo político, donde lo diverso queda englobado en lo uno: una sola organización, por muy plural y compleja que sea. Por otro lado, la metáfora «orgánica» es reveladora, se piensa en un solo cuerpo, cuya cabeza sería un grupo de «cuadros» (el gabinete o la dirección nacional del MAS) vinculados a los movimientos sociales. Por tanto, en este instrumento orgánico, la lógica de la potencia y la lógica del poder son heterogéneas y no ensamblan, así como sucedió en la revolución rusa, donde el partido bolchevique y los soviets no podían convivir en el mismo espacio. En la práctica este hacer y este pensamiento han capturado o cooptado la energía, la potencia, de muchos líderes de los movimientos sociales en puestos institucionales subordinados, debilitando así la rebelión de la potencia.
Las palabras dividen, la acción une.
La unidad política del MAS debería tener algunos atributos:
a) la unidad nacional está por encima de cualquier proyecto personal, y esto coloca en escena la contradicción entre soberanía nacional y las pretensiones de la derecha antinacional y los intereses de la embajada, que desean colocar de nuevo a Bolivia bajo su tutela y radio de influencia geopolítico;
b) la unidad de las fuerzas indígenas populares, la cual coloca en escena la contradicción entre los intereses, demandas y aspiraciones del bloque social de los oprimidos, subalternos y excluidos, frente a los intereses de los sectores históricamente dominantes del país, los viejos o nuevos sectores económicos dominantes;
c) la unidad de las fuerzas revolucionarias, que pone sobre la mesa un elemento clave en la escena, la dirección y conducción política, si estamos hablando al menos de una “revolución democrática y cultural” para la transición al vivir bien; y si hablamos de esto, poco tiene que ver con la gestión distributiva de los excedentes económicos, que se puede realizar sin problemas desde un pacto populista de conciliación con las elites, como se hizo desde el 2006.
Entonces, si la conducción política estuviera a la altura de la construcción de un nuevo bloque histórico, tarea incumplida hasta el momento, y si el proceso de cambio es un eslabón clave de tal tarea, y no meramente una alianza electoral para repartir cuotas. Estos tres aspectos de la unidad política deben ser vectores fundamentales para avanzar en la superación de los graves escollos de un proyecto histórico, escollos que podrían poner en riesgo la totalización de los objetivos históricos.
Por tanto, lo que le faltó al MAS es hacer un verdadero trabajo político para la construcción de una “unidad política” férrea, pero durante muchos años pensó que el proceso de cambio se hace con un rebaño gritando consignas. Esta situación, provocó y provoca que el MAS y el Gobierno se olviden de analizar e interpretar la coyuntura y la situación que contienen amenazas internas y externas a la misma existencia política del proceso de cambio, que encarna el pueblo boliviano.
La crítica fortalece el proceso de cambio y la autocrítica reconoce los errores.
Asistimos a una guerra verbal entre los bandos denominados de evistas y arcistas, que alguna gente asume como una crítica, pero cuyo resultado debilitan fuerzas y provocan fracturas, y de esto no parecen tener conciencia ni responsabilidad la dirección del MAS ni el gobierno, pero que en última instancia están cosechando lo que han sembrado en 16 años de gobierno. La derecha sabe que el destino de la crítica (insultos, difamaciones, epítetos) solo consiguen debilitar al gobierno y promover una fractura, esto se llama combinación de tácticas de “explosión-implosión”; así, los grupos dominantes esperan los momentos oportunos para continuar con su táctica de impulsar todas las formas y contenidos de movilización y detonación. Todo esto, promueve la implosión, el ablandamiento, el desconcierto, la confusión y el quiebre necesario entre la base de apoyo y la conducción política del proceso de cambio, o al menos una fractura en su estructura de dirección; y lo peor, el MAS y el gobierno son inconscientes de que hay muchos modos de infiltrar y cooptar para debilitar procesos políticos de transformación, porque es la mejor manera de provocar la putrefacción.
Si no salimos de esta guerra de insultos e injurias, que es un escenario que adormece la crítica, ya que la unidad sin crítica es igual a la crítica que des-une, provocando que ambas situaciones solo debilitan; caso contrario, lo que pasó con Castillo, Fernández, Lula, Rousseff, Zelaya, será adonde nos lleven los que dirigen el MAS y el gobierno, porque es la caverna que amenaza a la frágil democracia boliviana.
Reconducir el proceso es un deber del gobierno.
Un gobierno progresista, como se reivindicaba el MAS durante 16 años, no debe olvidar que no basta con asegurar la estabilidad política (esto es lo que busca un gobierno conservador con amenazas abiertas y coerción), sino que es preciso logros políticos en la acción de gobierno y legitimidad democrática en las mayorías indígena-popular. Hasta ahora el debate se reduce a gobierno masista contra la derecha golpista, pero poco se habla de las contradicciones entre los privilegiados del poder y la oligarquía del dinero, y las clases populares en su intento por construir autentica justicia económica-social, mejorar sus condiciones de vida y democratizar efectivamente el poder.
En este último escenario, el MAS y el gobierno tiene el reto de defender sus logros, sus conquistas y su gobierno, sin someter al silencio ni invisibilizar las necesidades, aspiraciones, demandas y reclamos de las mayorías indígena-populares. El MAS y el gobierno son extraordinarias maquinarias electorales, pero limitados a la hora de construir poder popular, autonomías indígenas, movimientos estudiantiles y feministas. Los ministerios de la presidencia, culturas, de trabajo, salud, educación, justicia, son incapaces de levantar agendas y construir espacios de resistencia; es al gobierno que debe interesarle sintonizar con las voces de los sectores populares, indígenas, estudiantiles, feministas y subalternos, si no quiere ver reducido su capacidad de influencia, consenso y dirección política, en fin, su propia legitimidad democrática, porque allí surge la crítica social y política.
Si el MAS y el gobierno no leen las voces críticas del pueblo, de los trabajadores, indígenas, mujeres y capas medias, que tienen un grano de verdad y rectitud ética, colocará esas interpelaciones en el campo de los “adversarios y los enemigos del gobierno”. Como también, sino separa lo relevante o irrelevante de las críticas de la derecha, para encontrar elementos de análisis, evaluación y corrección de errores; el MAS y el gobierno terminarán sordos y ciegos para prever realidades y tendencias de su entorno. De nada le sirve a la dirección del MAS y al gobierno estar en sus “jaulas de cristal”, y percibir el mundo político y social, sólo a partir de fachadas y versiones oficiosas.
Las cloacas mediáticas: batalla de ideas.
Las cloacas mediáticas de la derecha, como factor fáctico de poder, intenta diariamente imponer sus creencias, valores, ideas, razones, intereses, pasiones, afectividades y polos de identificación social, así inaugura la batalla de ideas, para rivalizar modelos culturales, con su carga de registros simbólicos, imaginarios e ideológicos. Este aparato mediático de la derecha, que defiende y representa las necesidades, aspiraciones, expectativas y demandas de los poderosos, quieren suplantar e imponer sus versiones de la realidad, silenciando e invisibilizando las representaciones, necesidades y reivindicaciones de los sectores indígena-populares, pero manipulando la agenda mediática, los mensajes codificados y la tendencia de la opinión pública.
Conscientes que nunca el proceso de cambio pudo contar con una política comunicacional, una forma de contrarrestar esta manipulación ideológica, es que el MAS y el gobierno deben permitir que los obreros, los indígenas, las mujeres, los estudiantes, hablen claro al poder; sin una crítica radical a la política del gobierno y del MAS no habrá revolución alguna, porque una revolución domesticada naufraga como revolución interrumpida, estancada, bloqueada.
Redescribirnos el resquicio de la unidad.
Viendo y escuchando la guerra cruzada de insultos e injurias, la conclusión empírica es que la dirigencia del MAS y del gobierno han envejecido mal; y si es así, solo ellos saben si quieren ser algo distinto, y si desean que esto cambie. Si desean cambiar, el camino que deben andar es el de la redescripción, y esto exige que cuestionen sus ideas, sus valores, sus prejuicios, para volver a describirse uno mismo y en colectivo, pero lograr construirse de forma diferente y según las experiencias que han tenido, es TAREA.
Si los dirigentes del MAS y del proceso de cambio quieren revertir lo que estamos viviendo, tienen que tomar en cuenta que no hay una relación entre redescripción y poder, porque el objetivo de redescripción, no es tener la redescripción más ética, la que tiene más ventaja, con más jerarquía. Pero puede suceder al final, que la tendencia de los dirigentes es a no redescribirse, porque les genera duda y cambio; entonces aquello que Quintana, Romero, Arce consideren lo más importante y verdadero desde sus valores, ideas, prejuicios; desde las ideas, normas, prejuicios de Mayta, Cuéllar, Lima resulte obsoleto o absurdo. Por eso la redescripción, a menudo produce dolor, porque al ser humano no le gusta la duda, el cambio, más pueden los hábitos, ya que la herencia pesada de la tradición influye mucho en la forma de vivir y hacer política.
¿Será que el MAS y el gobierno tengan la voluntad de plantearnos una posibilidad de futuro? Si fuera así, lo fundamental es que tienen que construir las luchas que lo hagan posible.
Jhonny Peralta Espinoza* ex militante Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka. Economista egresado de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Analista político.
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