Además de los impactos en las políticas públicas y en un proyecto de país basado en el nacionalismo, el conservadurismo cristiano y el masculinismo blanco, la extrema derecha ya ha dejado su huella en el proceso electoral brasileño. Con el cansancio y la tensión de una de las más violentas disputas por la Presidencia de la República desde la redemocratización, sólo aparentemente la religión, el dinero público y la verdad perdieron mal en 2022. Pero al final, si permitimos que estas marcas se arraiguen y se mantengan en el tiempo, todos perderemos, incluidos los que buscan el fortalecimiento de un derecho democrático en Brasil.
La derrota también es de la política. Ya nos enfrentamos a una nueva política, con la que muchos aún no saben cómo lidiar. En 2018 ya había cobrado fuerza el discurso de la no política, una argucia retórica para justificar el voto a quienes no respetan la democracia. Seguimos con los políticos supuestamente antisistema defendiendo la lucha contra todos y cada uno de los obstáculos institucionales «a la libertad» (¿la libertad de quién?) y, este año, hemos avanzado un poco más en esta desviación en la forma de hacer política y campañas electorales. Se trata de una crisis de modelo que va más allá de la sacudida de la llamada democracia liberal, o de la «recesión democrática», un concepto utilizado por muchos para describir nuestro presente y predecir nuestro futuro.
Seguimos, seguiremos, en una elección de disputa política digital. Como escribe Rosana Pinheiro-Machado, «hay una sofisticación y diversificación en los modos de captación política online con el crecimiento de los carretes de Instagram y TikTok». Muestra que, en el universo del emprendimiento digital, los influenciadores digitales, los pastores, los inversores y los coaches motivacionales han llegado a formar un ecosistema de influencia política. Como tales, no sólo son difusores de noticias falsas, sino también vendedores de ilusiones: la promesa de una buena vida que va de la mano de una alineación ideológica basada en creencias económicas y morales. El binomio del Obispo y el Banquero, como ya hemos tratado aquí.
Acoso religioso, con alabanzas y mentiras
Las noticias falsas también se amalgaman con el acoso religioso. Los portales evangélicos y las redes sociales, con sus millones de seguidores, hicieron campaña abiertamente por el presidente Jair Bolsonaro. Hasta aquí, todo legítimo. El problema surge y se intensifica en la medida del aplomo de la difusión de las mentiras. En uno de ellos, la influencer Vicky Vanilla, que se autodenomina satanista, predijo la victoria del PT en la primera vuelta y asoció el satanismo al partido de Lula. El contenido fue ampliamente reproducido por el portal Gospelmente, hasta que el TSE ordenó la retirada del contenido por considerarlo noticia falsa.
Además de la cruzada política en defensa de Bolsonaro, muchos sitios web -como muestra João Batista Jr. Si hasta 2013 los vehículos religiosos, las páginas web y las redes sociales abordaban principalmente cuestiones relacionadas con la vida interna de las iglesias, se ha convertido en algo habitual la publicación de contenidos con fines políticos e ideológicos: desde la persecución contra los cristianos hasta las supuestas amenazas de la izquierda a determinados comerciantes de la fe.
El acoso religioso va más allá. Llamó la atención, por ejemplo, la reunión del candidato a vicepresidente en la candidatura de Bolsonaro, el general Braga Netto, con líderes religiosos en la Iglesia Bautista Getsêmani de Belo Horizonte. Allí se distribuyó abundante material de campaña entre los evangélicos. Con la presencia de importantes bolsonaristas como los diputados Nikolas Ferreira (PL) y Bruno Engler (PL-MG), el senador electo Cleitinho Azevedo (PSC) y el gobernador reelegido Romeu Zema (Novo), el material de campaña hablaba de «terrorismo moral», citando a Lula como «destructor de la familia tradicional» que «legalizará las prácticas inmorales con niños y animales». Bolsonaro, por su parte, se presentó como un defensor de «la vida sagrada, los derechos de los ciudadanos y la libertad de expresión».
En el pesado juego de las presiones religiosas, los pastores disidentes se vieron amenazados por sus posturas políticas. Muchos de ellos denunciaron haber sufrido represalias por haber declarado su voto al ex presidente Lula.
Votos comprados a plena luz del día
El sombrío escenario de un proceso electoral que parecería distópico si no retratara la pura realidad se completa con el resultado cosechado por el presupuesto secreto, calificado con razón por muchos como una de las mayores tramas de corrupción del planeta. Un presupuesto paralelo con miles de millones en enmiendas, montado con la intención de aumentar la base de apoyo del gobierno en el Congreso. Como describe el diario Estadão, el presupuesto es secreto, pero la aberración es abierta, ya que los parlamentarios y el gobierno convierten el presupuesto público en instrumentos de juego electoral. Los fondos, al fin y al cabo, se distribuyen de forma desigual según la conveniencia política del gobierno y del presidente de la Cámara de Diputados, que determinan cuánto le corresponde a cada diputado.
Al menos 140 diputados federales fueron reelegidos con el apoyo de los fondos presupuestarios secretos. Esta clase pertenece especialmente al Centrão (PL, Republicanos, PTB, União Brasil, PSC, PP y Patriota), pero también hay diputados del MDB, PSD, PSDB y Podemos. Solo en el PL Bolsonaro se reeligieron sesenta diputados con la mano invisible del presupuesto secreto, porque pudieron destinar a sus bases 1.600 millones de reales de las llamadas enmiendas relatoras. El importe total, sin embargo, alcanza la increíble cifra de 6.000 millones de reales en las enmiendas del ponente, una cantidad superior a los 4.900 millones de recursos del fondo electoral distribuidos entre todos los partidos.
Estas son las características de los procesos electorales que la extrema derecha intenta perpetuar. La política del acoso religioso, la política del uso del dinero público para comprar votos en formatos y niveles imposibles de controlar, la política de la desorientación constante entre noticias verdaderas y falsas, favorecida por los algoritmos de las redes sociales y la no regulación de herramientas como WhatsApp y Telegram. Todo esto abreva en el fomento del uso de la violencia en diferentes formas y en el viejo método de los candidatos que, a falta de qué decir, rescatan los miedos mirando por el retrovisor, mientras que los que tienen qué decir deben pasarse toda la campaña aclarando teorías conspirativas de todo tipo. Unas elecciones emblemáticas en este sentido y, por eso mismo, agotadoras y sombrías.
El agotamiento está justificado. Nadie quiere que todos sus espacios de socialización, actividad profesional o acogida espiritual sean tomados ininterrumpidamente por la persecución política. Nadie quiere sentirse desinformado o engañado por noticias falsas todo el tiempo.
La extrema derecha apuesta precisamente por el cansancio para que éste conduzca al apoyo de sus promesas salvíficas o, al menos, a la indiferencia hacia cualquier tipo de participación política. Y por eso es tan crucial el proceso electoral que termina esta semana. Tenemos que dar un mensaje claro de que no dejaremos que estos contornos definan nuestros procesos electorales a partir de ahora. Tanto si elegimos fuerzas de izquierda como de derecha democrática en un futuro próximo.
*Ana Carolina Evangelista es Licenciada en Ciencia Política e investigadora del Instituto de Estudios de la religión (Iser).
FUENTE: Revista Piauí.