Brasil no logró elegir presidente de la república el 2 de octubre, lo que nos llevará a una segunda ronda de votaciones el 30 de octubre. El resultado de la primera ronda de votación, dio al ex presidente Lula da Silva el primer lugar con una ventaja de 6 millones de votos sobre el actual presidente Jair Bolsonaro.
Sin embargo, no hay que subestimar la contienda en la segunda vuelta. Bolsonaro reúne en torno a su candidatura a un amplio abanico de fuerzas de extrema derecha, en el que se mezclan los pastores millonarios de las iglesias evangélicas, los grandes empresarios del agronegocio en Brasil y la prensa hegemónica, que siempre se ha puesto del lado de los intereses de la élite brasileña. Tienen en común un proyecto privatizador, de entrega de la soberanía nacional a las grandes corporaciones extranjeras, que es claramente excluyente y amenaza la democracia y las instituciones del país.
En contrapartida, Lula encabeza un proyecto históricamente comprometido con el desarrollo y la justicia social, que valora la diversidad de la sociedad brasileña y propone políticas públicas para promover el desarrollo nacional y social del país. Lula lidera un amplio frente de unidad nacional contra la implantación del proyecto de extrema derecha que arrastraría a Brasil a un escenario desastroso en todos los sentidos.
La actuación en política exterior es otro aspecto que diferencia a los dos candidatos. Bolsonaro se alía con ideas defendidas por políticos como el ex presidente de Estados Unidos Donald Trump, el ex primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, Viktor Orbán, el premier fascista de Hungría, entre otros que comparten ideas antidemocráticas y fascistas en esencia.
Desde el inicio de su mandato, Bolsonaro ha establecido fuertes vínculos con sionistas y fascistas, y ha declarado, sin ningún tipo de pudor, su servilismo a Estados Unidos. A cambio, le ha quitado al país el protagonismo que había ganado en foros como el MERCOSUR y en el BRICS y ha desmantelado el positivo acercamiento de Brasil a África y Oriente Medio.
La experiencia del gobierno del presidente Lula construyó un escenario diferente, guiado por una diplomacia ligada al respeto del Derecho Internacional e impregnada de pragmatismo y multilateralismo. La postura de equilibrio que el ex presidente presentó en las reuniones de la ONU, por ejemplo, atrajo la atención y el respeto de los líderes mundiales.
El ex presidente Barak Obama dijo en un círculo de líderes mundiales durante la cumbre del G20 en 2009 que Lula era el «político más popular de la tierra». El motivo fue su papel en las negociaciones que dieron lugar a la «Declaración de Teherán», el acuerdo concluido en 2010 por Brasil, Turquía, Irán y el Consejo de Seguridad de la ONU, que reafirma el compromiso de Irán con el Tratado de No Proliferación y el derecho de la República Persa a investigar, producir y utilizar la energía nuclear con fines pacíficos.
Un hecho marca definitivamente la diferencia en la postura de los dos candidatos a la presidencia de la república, cuando el tema es la diplomacia internacional. Cada año, en la apertura de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Jefe de Estado brasileño es el primero en hablar. Los representantes brasileños siempre han abordado la cuestión palestina, ofreciendo su apoyo a la solución de la ocupación y la reparación de los derechos del pueblo palestino.
Esta tradición fue rota por el presidente Jair Bolsonaro, que en las cuatro ocasiones que habló en la ONU, no dijo una sola palabra sobre el conflicto en Palestina. Pero, es evidente la dirección que el presidente da a la diplomacia brasileña que ha votado en contra de los derechos del pueblo palestino en los organismos internacionales multilaterales.
Durante sus dos mandatos (2003-2010), el presidente Lula mantuvo una línea de defensa del derecho a la autodeterminación del pueblo palestino y de la solución de dos estados, con las fronteras internacionalmente reconocidas de 1967. En las diversas ocasiones en que ocupó la tribuna de los foros internacionales, Lula adoptó una postura de exigencia de una mayor participación de la comunidad internacional -la ONU en particular- en la resolución de la ocupación y de las constantes violaciones de los derechos del pueblo palestino.
La misma postura adoptó la presidenta Dilma Rousseff. En su primer discurso en la apertura de la Asamblea General de la ONU, el 21 de septiembre de 2011, dijo que lamentaba no poder acoger aún el ingreso pleno de Palestina en la ONU. Afirmó que «el reconocimiento del derecho legítimo del pueblo palestino a la soberanía y la autodeterminación amplía las posibilidades de una paz duradera en Oriente Medio».
La postura de sumisión de Bolsonaro a los intereses del Departamento de Estado de los Estados Unidos y de Israel, no es una sorpresa. Nada de lo que ha dicho y hecho está fuera de su perfil político, desconectado de los debates internacionales. Varias veces ha sido ridiculizado por analistas internacionales y diplomáticos en la ONU, lo que ha provocado una reducción de los índices de confianza relacionados con Brasil y ha disminuido nuestra reputación en el concierto de las naciones y contribuido decisivamente al aislamiento del país.
Uno de los pocos jefes de Estado presentes en la investidura presidencial fue el criminal de guerra Benjamín Netanyahu, condecorado por Bolsonaro con la medalla de la Orden Nacional de la Cruz del Sur, un galardón que se concede a jefes de Estado, jefes de Gobierno y otras personalidades de rango equivalente. A cambio, el primer viaje internacional de Bolsonaro fue precisamente a la entidad sionista.
La geopolítica mundial y regional de América Latina, la reinserción de Brasil en la reparación de las naciones, son temas y posturas que deben llevarse a las urnas el 30 de octubre. Es inaceptable que personas que proclaman luchar por la paz, por un mundo de justicia, que apoyan la justa lucha del pueblo palestino por la autodeterminación y la soberanía de su territorio de río a mar, voten a un político de extrema derecha. Los demócratas y los progresistas no pueden permitir que Brasil siga asociado a las fuerzas macabras de la ultraderecha, el imperialismo y el sionismo supremacista.
Brasil necesita a Luiz Inácio Lula da Silva. Brasil tiene que volver a alinearse con el Derecho Internacional, colocando la causa de la liberación de Palestina en el primer plano de la escena política internacional de Brasil.
*Sayid Marcos Tenório es historiador y especialista en Relaciones Internacionales. Es vicepresidente del Instituto Brasil-Palestina (Ibraspal) y autor de los libros Palestina: del mito de la tierra prometida a la tierra de la resistencia (Anita Garibaldi/Ibraspal, 2019) e Imalês: fragmentos de la participación de los musulmanes en las revueltas contra la esclavitud en Brasil (Appris, 2022). Twitter/Instagram: @sayidtenorio.