La Cámara de los Comunes se caldeó el miércoles a mediodía con la sesión semanal de preguntas al primer ministro, Boris Johnson, quien desoyó hasta sus propios diputados (David Davis y Gary Sambrook, entre otros), ambos le pidieron alto y claro que dimita de una vez. Sambrook alegó que «el primer ministro da siempre la culpa a los demás y llevamos demasiados casos de estos», mientras que Davis le dijo a su líder que «es hora de poner el interés del país por delante del personal; ya le pedí la dimisión hace seis meses». Si desde la bancada conservadora, algunos lo mandaban a paseo, desde las filas de la oposición rozaban el delirio.
El líder laborista sir Keir Starmer manifestó que Boris «es el primer ministro del caos, que nos tiene a todos hartos de mentiras». Ian Blackford, portavoz del Partido Nacional Escocés (SNP), calificó a Boris de «vivir en la fantasía y soñar con una tercera legislatura, aunque lo sepa, o no, es un ex premier, cuyo legado en Escocia será el Brexit al que no votamos». Escocia votó en un 62% a favor de la permanencia en la Unión Europea. Blackford añadió: «Lo que debería hacer es convocar elecciones generales». La portavoz de Plaid Cymru (Partido del País de Gales) sintetizó la situación de Boris diciendo que «no se trata de sí se va, sino de ¿cuándo se va?».
El primer ministro rebatió todas las intervenciones criticando a la oposición, lamentando sus dimes y diretes, ignorando lo inconveniente y recordando las medidas tomadas por su Gobierno contra la crisis económica, la pandemia o la guerra de Ucrania. A pesar de que Boris ponía a mal tiempo, buena cara, los rostros taciturnos de sus nuevos ministros, surgidos de una remodelación urgente el martes por la noche, hablaban por sí solos. El remate final de la sesión parlamentaria lo dio el exministro de Sanidad, Sajid Javid, al leer su discurso de dimisión y decir lo siguiente: «El público espera honestidad e integridad […] demasiadas veces el primer ministro ha apretado el botón del reset, para mí ya son suficientes veces, he llegado a la conclusión de que el problema está en el top y eso no cambiará». Tras la intervención de Javid, desde escaños, peldaños y rincones del hemiciclo se oyeron numerosos «Bey, Bey, Boris», una canción que ya empieza a sonar por todo el país.
Sajid Javid, junto al exministro de Economía, Rishi Sunak, son los dos pesos más pesados que han dimitido, les han seguido media docena de secretarios de Estado (ministers en la jerarquía política británica) y una docena de cargos públicos, algunos fieles a Boris, como Sally-Ann Hart o Joantahan Gullis que votaron a su favor en la moción de censura del pasado mes de junio. Pero Boris desafía los elementos con el argumento de que tiene que cumplir el mandato que le dieron los británicos en las últimas elecciones. Y, por esta razón, a su parecer, reta a su partido, al grupo parlamentario, al Gabinete, al Parlamento, a la oposición, a los medios conservadores (sólo Express apoya ahora a Johnson) y a quien le pasa por delante. Hay que ir hasta Benjamin Disraeli en el siglo XIX para identificar un primer ministro que lo ha sido dos veces».
Tom Brake, analista político y director de la organización Unlock Democracy, por la trasparencia democrática y por una constitución, explica a Público que «el primer ministro hubiese tenido que dimitir cuando la Policía lo multó por haberse saltado la ley que él mismo había hecho para los ciudadanos británicos; quienes rompen la ley no pueden permanecer como legisladores ni con cargos públicos; él mismo se desacreditó y desde entonces llueve sobre mojado». Al entender de Tom, «es perjudicial para el sistema la permanencia de Boris porque deteriora la democracia, que ya está suficientemente magullada».
Con Boris Johnson atrincherado en Downing Street, el Comité 1922, conocido también como ‘los hombres de traje gris’, estudiaban el miércoles la posibilidad de cambiar las reglas de las mociones de censura internas para destituirlo. Boris se sometió a un voto de confianza el mes pasado, lo ganó por 211 votos a su favor y 148 en contra, de los 359 parlamentarios tories. Perdieron dos escaños el pasado 23 de junio en elecciones parciales. El voto de confianza en el líder del partido, que ocupa la presidencia del Gobierno, no puede repetirse en un año, según están a día de hoy las normas, que ‘los hombres de traje gris’ estudian ahora reformar para poder presentar un nuevo voto de confianza.
Si todo fuese rápido (reforma de normativa y un único candidato para sustituir al líder) en pocos días Boris Johnson sería historia. No obstante, lo frecuente es la apertura del proceso de sustitución al que se presentan numerosos candidatos, cada uno con apoyos, y van descartándose los menos votados en una roda de elecciones hasta que queda uno que resulta el elegido. En este caso, el proceso tarda al menos dos meses. Las listas de posibles sucesores a Boris Johnson bailan desde hace meses, especialmente desde que empezó el partygate o el escándalo de las fiestas ilegales que Boris dijo al inicio que no se habían celebrado y acabó reconociendo varios guateques.
Tras el cambio de declaración pública sobre fiestas ilegales, se produjo la pérdida de dos escaños o ex feudos tories, el retroceso continuado en los sondeos de popularidad y lo último ha sido el dime y direte sobre el ascenso político del diputado Chris Pincher, acusado de acoso sexual a jóvenes empleados en el partido e instituciones de Gobierno. Boris primero aseguró que no conocía las acusaciones cuando lo otorgó responsabilidades políticas, y después tuvo que retractarse de lo dicho y proclamar que «en el partido y en el país no hay lugar para depredadores sexuales o personas que abusan de su posición». De nuevo: Donde dije digo, digo Diego.
El Partido Conservador es una maquinaria política engrasada durante dos siglos —ha ocupado el gobierno la mayor parte de este tiempo— para perpetuarse en el poder. Uno de sus miembros, Roger Freeman, exconcejal en el Ayuntamiento de Camden, opina a Público, que «no sé si Boris puede estar en su cargo en el mes de octubre o lo pierde la semana que viene; si sale otro escándalo, que podría saltar, como el del señor Pincher, y lo gestionan con la misma incompetencia, sería un final para el primer ministro, otro final lo forjaría el aumento de la oposición dentro del partido, el grupo parlamentario y el Gobierno hasta tal punto que no pudiese resistir, o que el Comité 1922 le dijese que dimitiera». Al parecer de Freeman, si se produce la reforma de las reglas para una nueva moción de censura interna, «será en septiembre, no creo que sea ahora en julio».
*Conxa Rodriguez, periodista.
Artículo publicado en Público.es
Foto de portada: Boris Johnson abandona su residencia en Downing Street en su camino al Parlamento británico, en Londres, a 6 de julio de 2022. — TOLGA AKMEN / EPA / EFE