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El polvorín ucraniano y la mecha

Por Manlio Dinucci* –
Washington afirma que Rusia está concentrando sus tropas en la frontera con Ucrania ‎para invadir ese país en enero. Y la OTAN estaría lista para defender el territorio ‎ucraniano frente al oso ruso.

Como siempre, la realidad es diferente. Ucrania sigue ‎sin aplicar los acuerdos de Minsk, acuerdo que sin embargo firmó en 2014. ‎En cuanto a Rusia, ese país no está concentrando tropas en la frontera con Ucrania ‎sino que siempre tuvo grandes bases en Crimea y ahora está utilizando también ‎sus bases de Ielnia y Boyevo, respectivamente a 750 kilómetros y a 830 kilómetros ‎de Ucrania, o sea muy lejos de la frontera ucraniana. Pero no importa, Washington ‎sigue haciendo resonar los tambores de guerra. ‎

Roger Wicker, miembro de la Comisión de Servicios Armados del Senado estadounidense, declaró ‎el 8 de diciembre a Fox News que no excluye una intervención militar directa de Estados Unidos ‎contra Rusia para «defender Ucrania». Sin que el entrevistador se lo preguntara, el senador ‎agregó :

«Ustedes saben que nosotros no excluimos la acción nuclear en primer uso.»‎

En otras palabras, este senador estadounidense dijo que Estados Unidos podría decidir ser el primero en recurrir al arma nuclear.‎ Esto es un mensaje a Moscú ‎sobre la determinación de Estados Unidos en cuanto a respaldar un posible ataque de Kiev contra ‎los rusos de la región de Donbass. En las mentes de quienes desde 2014 han venido utilizando ‎contra Rusia la estrategia de la tensión, ese tipo de ataque sería siempre una opción ganadora. ‎

Moscú tendría dos posibilidades: no intervenir militarmente en defensa de los rusos del ‎Donbass, permitiendo que estos se viesen desbordados por el ataque ucraniano con apoyo de ‎la OTAN y obligados a buscar refugio en Rusia –lo cual sería un trauma para Rusia, sobre todo ‎en el plano interno– o intervenir militarmente para detener el ataque ucraniano, exponiéndose así ‎a la condena internacional bajo la acusación de haber agredido e invadido un Estado soberano. ‎

Los generales ucranianos han advertido que no estarían en condiciones de «repeler las tropas ‎rusas sin una transfusión masiva de ayuda militar de Occidente». Esa «transfusión» ya ha ‎comenzado. Estados Unidos, que ya ha entregado a Kiev una ayuda militar de 2 500 millones de ‎dólares, le entregó además, en noviembre, otras 88 toneladas de municiones como parte de ‎un «paquete» de 60 millones de dólares, que incluye también misiles Javelin, ya desplegados ‎contra los rusos del Donbass. Simultáneamente, Estados Unidos ha enviado a Ucrania más de ‎‎150 consejeros militares que, junto a una docena de aliados de la OTAN, en realidad dirigen las ‎operaciones ucranianas. ‎

La situación es todavía más explosiva dado el hecho que Ucrania –aún técnicamente país socio ‎pero de hecho ya miembro de la alianza atlántica– podría ser aceptada oficialmente como el ‎miembro número 31 de la OTAN. Por consiguiente, a la luz del artículo 5 del Tratado del ‎Atlántico Norte, los otros 30 miembros de la OTAN deberían intervenir militarmente en ‎el Donbass para apoyar a Ucrania contra Rusia.‎

El ministerio ruso de Exteriores ha solicitado a la OTAN no admitir a Ucrania, para no agravar la ‎tensión militar y política en Europa, y recordó que desde el fin de la guerra fría Rusia ha recibido ‎reiteradamente garantías de que el espacio de acción y las fuerzas militares de la alianza atlántica ‎no avanzarían ni un paso hacia el este. También recordó que esas promesas no se han respetado. ‎

El ministerio ruso de Exteriores propuso después a la OTAN abrir negociaciones para alcanzar ‎acuerdos a largo plazo que impidan tanto la ulterior expansión de la alianza hacia el este como el ‎despliegue de sistemas de armas en zonas de cercanía inmediata al territorio ruso. El 10 de ‎diciembre, la OTAN rechazó esa proposición por boca de su secretario general, Jens Stoltenberg, ‎quien declaró secamente que «la relación de la OTAN con Ucrania se decidirá entre los ‎‎30 miembros de la OTAN y Ucrania, y por nadie más.»‎

Inmediatamente después, el 13 de diciembre, los ministros de Exteriores del G7 (Estados Unidos, ‎Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Japón) y el Alto Representante de la Unión ‎Europea, reunidos en Liverpool, declararon estar «unidos en la condena del fortalecimiento militar ‎de Rusia y de su retórica agresiva hacia Ucrania» y agregaron que «Rusia no debe tener duda ‎alguna sobre el hecho que una ulterior agresión militar contra Ucrania tendría como respuesta ‎consecuencias masivas y graves costos.»‎

Mientras tanto, Finlandia, miembro de la Unión Europea y activo socio de la OTAN contra Rusia, ‎anuncia la compra de 64 aviones de combate F-35A a Lockheed Martin a un costo de ‎‎8 400 millones de euros, suma que se eleva a 10 000 millones al agregar el costo de la ‎infraestructura necesaria para esos aparatos. El gobierno finlandés tendrá que dedicar también ‎otros 10 000 millones de euros al mantenimiento y la modernización de esos aviones de ‎combate de fabricación estadounidense. ‎

Esos 64 aviones de combate F-35A, con capacidades de ataque nuclear, serán desplegados cerca ‎de la frontera de Rusia, a sólo 200 kilómetros de San Petersburgo, y estarán de hecho bajo las ‎órdenes de Estados Unidos, que, como acaba de recordarlo el senador estadounidense, ‎no excluye ser el primero en recurrir a las armas nucleares. ‎

*Manlio Dinucci, geógrafo y politólogo.

Artículo publicado en Voltaire.

Foto de portada: AP Photo/Susan Walsh

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