La firma de la UE aparece, como la de más de un centenar de países, en el membrete final de la Declaración sobre el Uso de Bosques y de la Tierra de los Líderes de Glasgow, suscrita con motivo de la reciente COP26. En la que se estipula expresamente el compromiso de los signatarios para detener y revertir la pérdida de zonas boscosas y la degradación del terreno en 2030. Y en la que se incluye la Cuenca del Congo, la segunda reserva forestal más importante del planeta. Sobre la que una coalición de gobiernos occidentales, entre los que figura EEUU, Reino Unido, Noruega o la UE, han decidido aportar 1.500 millones de dólares dirigidos a la protección de esta selva primaria, situada mayoritariamente en territorio de la República Democrática del Congo.
¿Gesto, declaración de buenas intenciones o el escenario en el que Europa desea actuar contra el cambio climático como auténtica potencia y espacio de influencia verde? Las dos premisas se dan por supuestas. El interrogante surge de la última parte de la cuestión. Porque de convertir a la Cuenca del Congo en el laboratorio exterior de operaciones de la UE en la lucha contra las catástrofes climatológicas, antes, debería dejar claro que esta hoja de ruta lleva aparejada una iniciativa inexcusable: la salida de las empresas europeas que explotan, junto a estadounidenses, británicas y chinas, en su mayor parte, este neurálgico ecosistema natural. Tarea harto difícil, a juzgar por los intereses corporativos que están en juego, tal y como denuncia Foreign Policy en una reciente información en la que tilda esta iniciativa de «promesas vacías» sin que se produzca una «acción concertada» entre sus naciones compromisarias que acabe con el espolio ecológico de sus compañías. Para la que reclama el liderazgo europeo.
Durante siglos, la Cuenca del Congo ha sufrido la explotación maderera que, durante no pocas décadas, ha sufrido talas ilegales, sostenidas por compañías extranjeras. Mayoritariamente, de la UE. Es la doble vara de medir, la hipocresía del «sabio blanco» que ignora -afirma el reportaje- sin embargo, el alma medioambientalista africana. La deforestación de la zona, además, se está acometiendo -siempre ha sido así- mediante violaciones flagrantes de las leyes nacionales -entre ellas, las del Congo- y de convenios internacionales. Aunque también, y de forma paralela, este negocio fraudulento ha actuado de carburante de la corrupción y, a menudo, de la proliferación de estructuras dedicadas al crimen organizado.
En 2014, una investigación de Chatham House, think tank vinculado a la Universidad de Oxford, reveló que más del 87% de las talas realizadas en los tres años precedentes en suelo congolés, se realizaron sin autorización oficial. Otro más reciente, de Global Witness, de 2018, aseguraba que la mayor firma concesionaria en este país, Norsudtimber, firma portuguesa pero registrada en Luxemburgo, operaba de forma ilegal en el 90% de sus trabajos de deforestación. Un proceso al que hay que unir, además, las prospecciones mineras -Congo está entre los productores de más peso mundial de cobalto, cobre, uranio, oro, diamantes, casiterita y coltán- y la cesión de terreno para su uso agrícola, mediante una ley, que data de 1973, la General de Propiedad, que entrega la gestión de las tierras al Estado.
Algo se mueve en el corazón del Congo
Sin embargo, algo parece estar cambiando en uno de los países declarado altamente corrupto en su historia reciente. Movimientos que alientan el papel trascendental que puede desempeñar Europa en el futuro inmediato del Congo. Porque, desde la pasada primavera, se encuentra en tramitación parlamentaria, una reforma de la norma de 1973 que, de aprobarse, daría derecho a los grupos indígenas del país para gestionar unas tierras «de manera integrada con el interés de las comunidades», afirma Patrick Saïdi, de la ONG Dynamics of Indigenous Peoples Groups y una de las organizaciones que más han impulsado estos cambios legislativos desde 2009; entre los que se incluyen también avances en libertad educativa y en atención sanitaria. «Es una gran oportunidad para preservar la Cuenca del Congo», advierte Saïde, pero también para recabar la presencia activa de la protección medioambiental de Europa y otras potencias extranjeras con claros principios de defensa de la ecología y las emisiones netas cero.
Porque la trascendencia de este enclave natural es indudable. Sus 314 millones de hectáreas de bosque primario ofrece un significativo valor ecológico por sus elevados índices de biodiversidad -más de 10.000 especies de plantas tropicales y parajes que no se encuentran en ninguna otra latitud del planeta, como el bosque de los elefantes, las montañas de los gorilas, y de mamíferos como el okapi, mitad jirafa, mitad cebra-, pero también como centro regulador del clima. En una de las zonas geográficas del mundo más castigadas por las sequías y la ausencia del agua como consecuencia del cambio climático. Actuales y en el futuro. La Cuenca del Congo se expande, al margen de su territorio matriz, por Camerún, la República Centroafricana, República del Congo, Gabón y Guinea Ecuatorial. Y guarda parangón con la Amazonía, calibrada en 519 millones de hectáreas. También como pulmón del planeta. Porque otro estudio, dirigido por Simon Lewis, un experto geógrafo del University College London, asegura que su masa arbórea es capaz de absorber 1.200 millones de toneladas de CO2 cada año, una tercera parte más que el Amazonas.
Lewis, en un reportaje de la BBC que fue seleccionado para los Premios Pulitzer, explica que «se pueden descubrir más especies arbóreas en una hectárea de la Cuenca del Congo que en toda la masa boscosa del Reino Unido». Aunque alerta de que su investigación revela un incremento del calentamiento en la zona, con expansión de áreas de sequía y una reducción de la capacidad de absorción del dióxido de carbono: «Ha empezado a perder su habilidad de oxigenación desde los primeros datos recabados, en 2010».
La actividad industrial -con plantaciones de aceite de palma, explotaciones madereras y minas abiertas- ha contribuido a su deforestación y a desequilibrar un ecosistema que guarda un frágil equilibrio entre la fauna animal y su densidad vegetal y que se encuentra en un estado límite ya que las pérdidas de su bosque primario se han duplicado entre 2002 y 2019, según revelan datos vía satélite proporcionados por Global Forest Watch, una iniciativa de World Resources Institute, desde el que alertan que, sólo en 2019, desaparecieron de tal catalogación 590.000 hectáreas. El equivalente a la extensión de Jamaica. Pero las autoridades locales y tribales del Congo han empezado a actuar frente a esta lacra de la industria, de marcado cariz global. Porque, desde 2019, la ratio de deforestación en 57 distritos provinciales ha descendido en un 23% respecto al promedio nacional, además de recortar en otro 46% las licencias de talas de madera.
De igual forma, la Estrategia de Reforestación Nacional, de junio de 2018, ha sentado las bases de un proceso que está dando sus frutos y que se ha propuesto otorgar concesiones a poblados indígenas respetuosos con la integridad natural de la Cuenca del Congo en más de 2 millones de hectáreas. Hasta el momento. Que van desde el vasto Parque Nacional de Salonga a la región de Kivu del Norte. En un país en el que el 72% de la población vive con menos de dos dólares al día.
Todo ello hace que «la coyuntura política -nacional e internacional-converja en un punto crucial» para el desarrollo sostenible del país, apunta Ana Osuna Orozco, coordinadora de la Rainforest Foundation en Reino Unido (RFUK), entidad sin ánimo de lucro que monitorea las concesiones y que ve en estos cambios de hábito y de legislación una invitación decidida a la comunidad global para que dé pasos efectivos en la preservación de la Cuenca del Congo. También en aras de una mayor estabilidad institucional. «Los días de la militarización, de los conflictos armados y de los actos de insurgencia han terminado y se han suplido con proyectos de reforestación y modelos de gestión medioambiental», explica Osuna Orozco a la BBC.
El banco de pruebas para Europa
Quizás estos movimientos telúricos sirvan de acicate para que Europa mire al sur y establezca en este paraje insólito y desbordante uno de sus centros de influencia exterior como gendarme e impulsora de proyectos sostenibles. En Foreign Policy se recuerda que el acervo comunitario prohíbe expresamente la importación de maderas obtenidas de forma ilegal, pese a que el flujo de esta materia prima sigue fluyendo dentro del mercado interior. Un negocio que supone entre el 15% y el 30% del comercio total de madera en el mundo, valorado en más de 100.000 millones de dólares. Un parte substancial del cual, alcanza el espacio europeo. Global Witness es todavía más contundente al asegurar que al UE y EEUU están saltándose sus propias obligaciones legales y que estas prácticas fraudulentas están lejos de ser vigiladas, perseguidas y sancionadas. Y no pocas partidas proceden del Congo.
También China, cuyas empresas son las principales exportadoras de madera del África Central y, al mismo tiempo, su último gran comprador de referencia, después de elevar en un 60% sus compras directas. A pesar, de nuevo, de que Pekín haya aprobado en los últimos años leyes que prohíben expresamente las adquisiciones, manufacturas o transportes de fuentes y materias primas obtenidas de manera ilegal. De hecho, los vínculos de China en el Congo se han saldado con causas judiciales contra el ex ministro de Medio Ambiente congoleño, Claude Nyamugabo, por haber otorgado licencias expresas, sobre más de 2 millones de hectáreas, a dos empresas de capital chino. Tras las denuncias de varias organizaciones de preservación medioambiental.
Desde World Resource Institute se incide en que las políticas europeas en la Cuenca del Congo deberían enfocarse en diluir la amenaza de la expansión agrícola, inyectando recursos en la ley de transferencia de las tierras a las comunidades indígenas, y en asegurar el abastecimiento del agua ante los daños colaterales de las sequías persistentes. Mediante proyectos que sirvan para almacenar y distribuir el agua a partir de las lluvias persistentes y regulares que se producen a lo largo de las estaciones húmedas. Aunque también, y por encima de todo, impulsando planes corporativos desde sus compañías verdes para canalizar los esfuerzos del país -y del conjunto de la comunidad de naciones subsaharianas- hacia la neutralidad energética.
En una de las zonas con peores ratios de recepción de fondos internacionales. Porque la Cuenca del Congo apenas recibe el 11,5% de los recursos globales de protección a la naturaleza y a la gestión sostenible, frente al 34% que recaba la Amazonía o el 54,5% del tercer gran refugio de bosques primarios del planeta: la Cuenca del Sudeste Asiático.
*Diego Herranz, periodista.
Artículo publicado en Público.
Foto de portada: Un helicóptero de la Misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (MONUC) sobrevuela una aldea. — EMMANUEL PEUCHOT / AFP