A la mayoría de los observadores les sorprendió la desescalada diplomática del lunes entre Turquía y Occidente. El presidente Erdogan anunció el fin de semana que diez embajadores occidentales serían declarados persona non grata después de que la semana pasada hicieran una declaración conjunta exigiendo a las autoridades de su país anfitrión la liberación de un empresario encarcelado al que consideran un «preso político». Es de suponer que Occidente predijo cómo reaccionaría el presidente turco ante semejante provocación, por lo que se cree que su intención era catalizar un ciclo autosostenible de escaladas diplomáticas como parte de la guerra híbrida contra Turquía dirigida por Estados Unidos.
Sin embargo, las embajadas de esos 10 países dieron inesperadamente un paso atrás al publicar declaraciones en las que reafirmaban su política oficial de no interferir en los asuntos internos de su Estado anfitrión. En respuesta, el presidente Erdogan dijo que la cuestión estaba resuelta, al menos por ahora, a menos que decidan inmiscuirse diplomáticamente una vez más. Este hecho sugiere que Occidente podría haber mordido más de lo que puede masticar la semana pasada, tal vez subestimando la determinación del presidente Erdogan para responder a sus provocaciones. Es posible que hayan pensado que no se arriesgaría a una crisis total con ellos amenazando con declarar a sus embajadores persona non grata.
Si ese es el caso, entonces significaría que Occidente no estaba preparado para iniciar el ciclo autosostenible de escaladas diplomáticas que se especulaba anteriormente. También implicaría que sus agencias de inteligencia no tienen un conocimiento tan sólido de la psique del líder turco como algunos podrían haber pensado. Otra explicación relacionada podría ser que los participantes europeos no habían previsto del todo los costes de cumplir con las presuntas exigencias de Estados Unidos de seguir su ejemplo. En particular, podrían haberse dado cuenta con horror de que Turquía podría negarse a detener a los inmigrantes afganos y de otras nacionalidades en el bloque, lo que podría desestabilizar a la UE en este momento tan delicado.
Otra explicación es que el presidente Erdogan también se dio cuenta de los costes mutuamente perjudiciales de entrar en el ciclo de escaladas diplomáticas autoalimentadas antes mencionado y ofreció pragmáticamente a algunos de esos países (muy probablemente los de la UE) una salida para «salvar la cara». Eso no quiere decir que sea «débil», sino simplemente que entendería mejor que los demás lo desventajoso que sería empeorar las relaciones en este momento concreto. En este caso, habría delegado en sus diplomáticos para explicarles por qué reaccionó como lo hizo, pero que sigue extendiendo una rama de olivo a ellos si dan el primer paso para desescalar.
Al fin y al cabo, Turquía aspira a practicar un acto de «equilibrio» muy complejo en medio de la transición sistémica global en curso por el que aprovecha su posición geoestratégica para diversificar ampliamente sus asociaciones exteriores con la intención de evitar preventivamente una dependencia desproporcionada de cualquiera de ellas. En la práctica, esto significa que el ciclo autosostenible de escaladas diplomáticas que esos embajadores occidentales pusieron en marcha habría desequilibrado el acto de «equilibrio» de Turquía eliminando abruptamente su componente occidental y arriesgando así una dependencia turca desproporcionada de su mitad oriental con Rusia y China.
Desde la perspectiva occidental, algunos de sus diplomáticos podrían haber temido este resultado no porque tengan en mente los mejores intereses estratégicos a largo plazo de Turquía, sino simplemente porque podría haber dado lugar a que perdieran rápidamente la mayor parte de su influencia sobre ese país de Asia Occidental y, por tanto, por defecto, a la expansión de la influencia rusa y china allí en el futuro próximo, como algunos podrían haber temido. Por razones de simple pragmatismo, estos diplomáticos, comparativamente más sobrios, podrían haber argumentado de forma convincente ante sus responsables la conveniencia de dejar de provocar a Turquía por el momento para evitar ese escenario.
La exactitud de esta explicación sólo puede especularse, ya que estos procesos diplomáticos son naturalmente opacos para los observadores que se basan únicamente en fuentes abiertas, pero si tiene alguna credibilidad, esto sugeriría que los estrategas de esos países no están de acuerdo sobre la forma más eficaz de manejar la llamada «cuestión turca». Este provocativo término se refiere a la mejor manera en que Occidente puede abordar la política exterior cada vez más independiente de Turquía, que supone una amenaza latente para sus intereses. Parece haber una división entre los «halcones» que quieren castigar a Turquía y las «palomas» que quieren seguir intentando cortejarla.
La incapacidad de superar esta división dio lugar a la volteada de Occidente tras la decisión del presidente Erdogan de hacer que su Ministerio de Asuntos Exteriores declarara persona non grata a los embajadores de esos 10 países. Los halcones provocaron esta escalada, pero las palomas actuaron pragmáticamente para gestionar las consecuencias por el momento. Aun así, la tendencia general es que Occidente es cada vez más hostil hacia Turquía. Como ha demostrado el último incidente diplomático, los halcones tienen el poder de provocar una crisis en toda regla en las relaciones bilaterales, aunque todavía están siendo algo contenidos por las palomas.
La confianza entre Turquía y Occidente está en su punto más bajo después de lo que acaba de ocurrir. Aunque ambas partes actúan como si hubieran pasado página después de los acontecimientos de la semana pasada, sus estrategas saben que no deben pensar ingenuamente que todo volverá a ser como antes de que esos 10 embajadores emitieran su declaración conjunta. Turquía y Occidente pueden describirse como «frenemigos» en el sentido de que son rivales acalorados, pero también comprenden la necesidad de evitar pragmáticamente que sus tensiones se salgan de control, al menos por ahora. Sin embargo, teniendo en cuenta la creciente influencia de los halcones, cabe esperar más provocaciones de este tipo antes de las elecciones turcas del verano de 2023.
*Andrew Korybko, analista político estadounidense.
Artículo publicado en One World.