Veinte años después, la imagen de las Torres Gemelas desmoronándose permanece en la retina de medio mundo. Y también sus consecuencias. La configuración del mundo es distinta desde la mañana del 11 de septiembre y Europa lidia a día de hoy con sus repercusiones y con una enseñanza principal: su percepción del terrorismo cambió ese día para siempre. Aquella mañana, los líderes europeos dejaron de ver la amenaza terrorista como algo nacional, y comenzaron a crear contrarreloj las primeras leyes y mecanismos antiterroristas a nivel europeo. El 11-S ocurrió en el otro lado del Atlántico, pero el 11-M o el 7-J tuvieron lugar en suelo europeo. La sensación del fin de la seguridad comenzaba a cundir entre los ciudadanos.
«Nuestra guerra contra el terror comienza con Al Qaeda, pero no termina ahí. De hecho, no concluirá hasta que hayamos encontrado, frenado y combatido al último grupo terrorista de alcance global». Estas palabras de George W. Bush poco después de los atentados terroristas en Nueva York marcaron el principio de la «guerra global contra el terrorismo». Esta lucha comenzó a tener un enfoque transfronterizo.
Antes de los ataques, la UE no contaba con un marco antiterrorista ni instrumentos legales. Tampoco había sensación de urgencia para ello. Pero tras los trágicos eventos al otro lado del Atlántico se apresuró a darles formas. Las misiones de terreno sobre paz y seguridad de la década de los 90 en prevención de conflictos quedaron atrás. Europa comenzó el nuevo milenio armándose legislativa y estratégicamente para lo que se impuso como uno de sus principales desafíos: la lucha contra el terrorismo. Los analistas coinciden: tras el 11 de septiembre, la Unión Europea deja de ser preventiva para ser reactiva. Es la principal herencia que deja el que probablemente sea el día más recordado de lo que va de milenio.
«El mayor cambio es que, al igual que pasa en Estados Unidos, la UE se da cuenta de que el terrorismo no era como se creía: una cuestión interna de España, Italia o Francia. Sino una amenaza que podría afectar a cualquiera en cualquier lugar. Es el cambio más importante y la cooperación de intercambio de información, las euroórdenes o la colaboración de los países europeos y sus servicios de inteligencia crecen de forma exponencial», afirma a este periódico Félix Arteaga, investigador principal de Seguridad y Defensa del Real Instituto Elcano.
Tras el 11 de septiembre, Europa comienza a ver el terrorismo como una amenaza latente que debe afrontar de forma conjunta. Es ahí cuando da un salto cualitativo a nivel legislativo, judicial, policial y de inteligencia. La primera reunión de urgencia tras los atentados –el Consejo Europeo extraordinario del 21 de septiembre- establece que el terrorismo se convertía a partir de entonces en un «objetivo prioritario» de la UE. Dos años después, vio la luz la Estrategia Europea de Seguridad poniendo el foco en esta amenaza «global».
«Esta tragedia provocó que nos diésemos cuenta de la necesidad de mejorar el intercambio de información entre la UE y Estados Unidos. Dentro de la propia UE, los ataques en Madrid, Londres, París o Bruselas provocaron que esta necesidad fuese incluso más fuerte», asegura a Público Urmas Paet, eurodiputado y exministro de Asuntos Exteriores de Estonia. No obstante, Estados Unidos siempre se ha mostrado reticente a la idea de proporcionar información sensible a sus aliados europeos.
De Afganistán a Irak: confianza y recelo en el eje transatlántico
Estados Unidos arrastró a sus aliados a la OTAN bajo el Artículo 5, que solo ha sido activado en esta ocasión. Esta espina de la columna vertebral de la Alianza Atlántica contempla que si un país es atacado, lo son todos. Y así deben responder: unidos. Veinte años después, Washington ha liderado de forma unilateral la marcha de las tropas internacionales del país centroasiático, dejando a Europa en una posición complicada por las implicaciones regionales, de seguridad o migratorias de la crisis afgana en sus fronteras.
«Una buena parte de Europa y del establishment consideraron que había que ir con Estados Unidos. Lo veían como una gran oportunidad para la OTAN de hacer una misión fuera de su espacio. Tenía todas las cartas buenas: reconstruir un Estado, demostrar que podría ser una OTAN humanitaria y operativa fuera de sus fronteras», afirma a Público Mariano Aguirre Ernst, miembro asociado de Chatham House en Londres, que reconoce que la misión ha acabado siendo un fracaso. La fugaz y mal medida retirada de Estados Unidos en Kabul ha impulsado el apetito para desarrollar lo que en Bruselas se conoce como «autonomía estratégica» europea. Es decir, hacer de la UE un actor con más fuerza, unidad y personalidad en la arena global para comenzar a desmarcarse del «seguidismo» tradicional a Washington.
El ataque al corazón económico de Estados Unidos dio lugar dos años a la invasión de Irak. La intervención militar forjada bajo el pretexto falso de la presencia de armas químicas en el país de Saddam Hussein expuso las incompatibilidades de la lucha contra el terrorismo y el respeto del Derecho Internacional. Los centros de detención ilegales en Irak como el infame Camp Bucca, las torturas a los detenidos, los traslados extrajudiciales o el limbo jurídico de Guantánamo plantean el interrogante de dónde está el límite en esta guerra contra el terror.
Aguirre Ernstafea una «doble cara» de muchos países europeos en este ámbito. La defensa del multilateralismo está en las entrañas del proyecto europeo, pero algunos de sus Estados miembros, como España o Polonia, se alinearon con Washington ante una intervención militar que no contaba con el beneplácito de la ONU. El periodista y experto en política internacional señala que varios países colaboraron «de forma más o menos encubierta» con prácticas extrajudiciales orquestadas en la Casa Blanca para permitir el traslado ilegal de prisioneros.
La invasión de Irak deja también un impacto muy marcado en la política exterior de la UE. El hecho de que algunos países la apoyasen, e incluso participasen, como fue el caso de España, desató enormes tensiones con el resto de líderes comunitarios. El bloque comunitario estaba profundamente dividido y el eje franco-alemán pidió más pruebas para legitimar la intervención. Pero nunca llegaron. El malestar creció en el Pentágono. El por entonces secretario de Defensa Donald Rumsfeld y cabeza intelectual de lanzar los tanques a Bagdad cargó públicamente contra Francia y Alemania. Y el choque diplomático acabó derivando en una suerte de boicot a productos de estos países: las french fries (patatas francesas) pasaron a ser las freedom fries (patatas de la libertad).
Decrece la privacidad; incremente la xenofobia
El 11-S no solo ha modulado las políticas de seguridad y defensa de la UE. Su impacto, mucho más sutil, en la mente y mentalidad de los ciudadanos también se reserva un lugar importante. El aumento de la paranoia o del miedo ante esta amenaza invisible, pero con tentáculos globales, ha derivado en una mayor aceptación de la sociedad de leyes o métodos de vigilancia a gran escala. El debate sobre el difícil equilibrio de seguridad y libertad se remonta a muchos antes de los ataques sobre las Torres Gemelas. Pero tras ellos es imparable.
Los controles con escáneres en aeropuertos, la revisión de las pertenencias personales o la revisión de mensajes en los servidores como medidas para prevenir posibles ataques forman parte de la cotidianidad. «La sociedad se ha acostumbrado a estas medidas (…). El problema no es tanto que se reduzcan las libertades de movimiento o de expresión, sino que cuando cesa la situación [de peligro], las medidas se mantengan en el tiempo. Lo más fácil sería prohibir y controlar todo, pero para los ciudadanos no tiene ningún sentido. Y por ello, hay que utilizar todos los colores del semáforo, no solo el rojo», explica Arteaga.
«Vivimos en una sociedad mucho más controlada y vigilada. Hay mayor aceptación social. De forma voluntaria compartimos un gran cantidad de información, principalmente con fines comerciales, pero puede ser manipulada también con fines políticos, como vimos en la campaña de Trump», agrega Aguirre Ernst.
El gran shock mental que dejaron las imágenes de aviones golpeando el corazón financiero del país más poderoso del planeta impactó también en la percepción a todo lo asociado al mundo árabe o musulmán. «Una de las herencias fuertes del 11-S es el antiislamismo (…). La mayor parte de la sociedad europea tiene un pasado colonial vinculado al racismo o al sistema de esclavitud. Hay un pasado que estaba presente, pero a partir de 11-S toma un carácter más fuerte y agudo», afirma el miembro de Chatham House.
«La sombra de las Torres Gemelas cayendo se agita y proyecta en Europa a día de hoy por sectores xenófobos más conservadores que creen que los migrantes son una amenaza para la esencia europea», agrega. Viktor Orbán, uno de los líderes europeos que abandera la línea antiinmigración, llegó a señalar que los «musulmanes suponen una amenaza para la identidad europea». Ante una UE incapaz de fijar una política de asilo común, el mensaje de fronteras cerradas se está imponiendo en el Viejo Continente. En paralelo, se afianza el vínculo entre migración y seguridad. Los nueve párrafos de las últimas conclusiones del Consejo de la UE sobre la crisis de refugiados de Afganistán mencionan en siete ocasiones el término «seguridad».
De bipolar al multipolar: el mundo que viene
El equilibrio de fuerzas globales es muy diferente al de inicios de siglo. Estados Unidos ya no es el flagrante ganador único de la Guerra Fría. La UE ha perdido a un miembro por el camino, el Reino Unido. Potencias emergentes como China o Turquía exigen su lugar. Y Rusia anhela sus pretensiones pasadas jugando un papel cada vez más importante en conflictos como el de Siria, Libia, la vecindad oriental de la UE o Afganistán.
La UE quiere aprovechar el momentum que deja la crisis afgana para relanzar su idea de emerger como un actor fuerte en el tablero de ajedrez internacional. Incluso se ha (re)dibujado la idea de formar una suerte de Ejército europeo. Pero todo ello se topa con dos resistencias hasta la fecha insalvables en el seno comunitario: la negativa a ceder soberanía y competencias nacionales en términos de seguridad y defensa; y las divisiones sobre los 27 Estados miembros en torno al rumbo a tomar.
«La autonomía estratégica es intermitente. Solo aparece por defecto cuando se tiene la sensación de que Estados Unidos se va a ir. O como ha pasado con Trump, cuando hay hostilidad», concluye el analista de Elcano. Europa y el mundo no son los mismos después del 11 de septiembre. Y dos décadas después sigue luchando por encontrar su lugar y soltar la mano de su hermano mayor en el otro lado del Atlántico.
*María G. Zornoza, periodista.
Artículo publicado en Público.
Foto de portada: Blair, Bush y Aznar, en las Azores, antes de la cumbre donde se decidió la invasión de Irak, el 16 de marzo del 2003. —HARRY PAGE (REUTERS)