Hasta junio de 2021, el personal de salud de países como Chad, Burkina Faso o Tanzania trabajó sin estar vacunado. Ninguna dosis había llegado todavía. Lo mismo ocurrió en Burundi y Eritrea. Todo ello en un marco de sistemas de salud extremadamente precarios, hospitales poco equipados, materiales de uso clínico reesterilizados y un índice muy bajo de camas de cuidados intensivos.
A su vez, la variante Delta (de la India) ya circula en al menos trece países del continente, lo que ha provocado una disparada de contagios y hospitalizaciones en Sudáfrica, República Democrática del Congo, Uganda, Kenia y Nigeria. Según estimaciones de la agencia Reuters, la región está reportando un millón de nuevos casos cada 26 días.
El 30 de julio pasado, el Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Thedros Ghebreyesus, aseguró: «En África las muertes han aumentado en un 80% durante las últimas cuatro semanas». Por su parte, Mosoka Fallah, ex Director General del Instituto Nacional de Salud Pública de Liberia, publicó una nota en la revista científica Nature a principios de agosto, en la que destacó que la tasa de letalidad actual de la Covid-19 en África es un 18 por ciento más alta que el promedio mundial. “Aproximadamente la mitad de los que ingresan en cuidados intensivos mueren en los primeros 30 días”
En aquella ocasión el Director de la OMS también mencionó la dificultad de alcanzar los objetivos de vacunación a nivel mundial (10% de cada país para fines de septiembre) de no modificar el modo en que están siendo distribuidas. «Hasta ahora se han administrado más de 4.000 millones de dosis de vacunas en todo el mundo. Más del 80% ha ido a países de ingresos altos y medios altos, a pesar de que representan menos de la mitad de la población mundial». Por lo cual, aseguró, es necesaria la cooperación de todos, “especialmente del puñado de países y empresas que controlan el suministro mundial de vacunas”.
Otra de las voces que se manifestó en la misma dirección fue Célestin Traoré, responsable de vacunación de Unicef para África Occidental y Central. Al respecto dijo, “Hay una escasez en el mundo y los países en desarrollo, como los africanos, no cuentan con la financiación suficiente para adquirirlas”.
Hasta el momento sólo el dos por ciento de la población africana en condiciones de recibir la vacuna ha sido inmunizada con 2 dosis. Quienes han recibido al menos una no superan el cinco por ciento. Sudáfrica, por ejemplo, el país más rico de África, sólo ha vacunado al 8,8% de la ciudadanía. Si se comparan esos datos con los de otros continentes, se evidencia el acaparamiento de vacunas por parte de los países más poderosos: Europa ha vacunado con una dosis al 70% de su población; Norteamérica ha superado el 50% y lo mismo sucede en Oceanía y parte de Asia.
El epidemiólogo sudafricano Salim Abdul Karim, ha graficado esta situación diciendo que en África cuentan con una vacuna por cada 50 personas. Simultáneamente, muchas naciones ya han comenzado a aplicar terceras dosis, pese a las recomendaciones de la OMS de no hacerlo, a fin de distribuirlas en aquellos países en que todavía escasean. Alemania, Francia, Reino Unido, Israel, Rusia, Emiratos Árabes Unidos, Chile y Uruguay, son algunos de los que incorporarán ese esquema de refuerzo.
Los condenados de la Tierra
En 1961, el escritor y psiquiatra argelino Franz Fannon, en su ensayo titulado “Los condenados de la Tierra”, escribió: “Los diferentes países (de África) presentan la misma ausencia de infraestructura. Las masas luchan contra la misma miseria, se debaten con los mismos gestos y dibujan con sus estómagos reducidos, lo que ha podido llamarse la geografía del hambre. Mundo subdesarrollado, mundo de miseria e inhumano. Pero también mundo sin médicos […] Frente a ese mundo, las naciones europeas se regodean en la opulencia más ostentosa. Esta opulencia europea es literalmente escandalosa porque ha sido construida sobre las espaldas de los esclavos, se ha alimentado de la sangre de los esclavos.”
Pese a las advertencias de la OMS y de epidemiólogos de todo el mundo sobre la necesidad de distribuir vacunas en aquellos países que se encuentran más rezagados a fin de controlar globalmente a la pandemia -sin fisuras-, la llegada de vacunas a África no avanza. Y a pesar de las informaciones que evidencian aumentos en los números de fallecimientos por Covid-19 en ese continente, la noticia apenas aparece en los medios de comunicación con poco tratamiento.
¿Cuánto vale, entonces, la vida de un africano?
En la historia pueden buscarse algunas respuestas. Como ha aportado Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”, entre principios de siglo XVI y fines de siglo XIX, “varios millones de africanos, no se sabe cuántos, atravesaron el océano; se sabe, sí, que fueron muchos más que los inmigrantes blancos, provenientes de Europa, aunque, claro está, muchos menos sobrevivieron”.
Según narra el escritor uruguayo en su libro, la Real Compañía Africana, entre cuyos accionistas figuraba el rey Carlos II, daba un trescientos por ciento de dividendos, pese a que, de los 70 mil esclavos que embarcó entre 1680 y 1688, solo 46 mil sobrevivieron a la travesía. A causa de epidemias, desnutrición y suicidios, enormes cantidades de cuerpos fueron arrojados a los mares atestados de tiburones.
“El transporte de esclavos elevó a Bristol, sede de astilleros, al rango de segunda ciudad de Inglaterra, y convirtió a Liverpool en el mayor puerto del mundo”. La expansión durante siglos del tráfico de esclavos, entre otros factores, selló el nivel de acumulación de las potencias y la ruina histórica de los africanos y africanas.
La tardía llegada de vacunas y la escasa distribución de las mismas en el marco de la emergencia sanitaria global, reproduce, de alguna manera, ese lastre histórico de esclavización y olvido.
Al tiempo que la tercera ola causa estragos, muchos países africanos hacen frente a otros flancos en materia de amenazas a la salud, combatiendo la malaria, la esquistomatósis, la tuberculósis multirresistente y el ébola con apoyos internacionales anémicos.
Por el momento, la situación de África no encuentra eco (al igual que Haití). No obstante, las miradas de los sucesores de aquellos seres humanos que llevaron grillete en cuello y fueron vendidos, gritan como los versos del poeta afrodescendiente Nicolás Guillén: “Unos dicen: Ahora mismo,/ otros dicen: Allá voy./ Pero mi repique bronco,/ pero mi profunda voz,/ convoca al negro y al blanco,/ que bailan al mismo son,/ cueripardos o almiprietos/ más de sangre que de sol,/ pues quien por fuera no es de noche,/ por dentro ya oscureció” (La canción del bongo).
*Daniel Garmendia Licenciado en Comunicación Social
Artículo publicado en Agencia Paco Urondo y fue editado por el equipo de PIA Global