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Hiroshima y Nagasaki, 76 años de horror e impunidad

Por Sergio Paz
Los horrores de la primer explosión nuclear sobre población civil resuenan aun con fuerza mientras la voz y las miradas de los 130.000 hibakushas con vida nos van dejando, que perder estos testimonios no nos permitan olvidar la impunidad intacta de los genocidas imperialista.

El 6 de agosto de 1945 a las 8:15 hace 76 años, el presidente Truman iniciaba y concretaba la fantasía más oscura que le quito el sueño a tantos y tantos capitostes del capitalismo más concentrado: apretó el “botón rojo” y tanto Hiroshima, Nagasaki como el mundo que conocíamos, explotaron por el aire envueltos en el primer y gigantesco hongo nuclear.

No es que el capitalismo hubiera perdido la “inocencia” en aquel acto terrible; hasta aquel día fatídico algunas ciudades japonesas  habían recibido bombardeos tan certeros que generaron tantos muertos como la bomba atómica, es decir que el afán de asesinar en forma masiva constituía su fibra más intima.

Paradójicamente un hecho tan terrible tiene testigos,  miles de testigos del horror, del crimen más repudiable e impune en la historia del capitalismo;  hasta el aniversario del año pasado había 130.000  hibakushas con vida cuya edad promedio era de 83 años, por eso conocemos el “desastre de Hiroshima” con lujo de detalles; “los ríos de cadáveres flotando”…”la luz cegadora que llenó todo”…”algunos caminando con los ojos en las manos, otros con los brazos en alto para que la piel hecha jirones no tocara el suelo”…” la nube de la bomba convirtiendo el día luminoso en noche cerrada”.

Los testimonios no tienen antecedentes en la magnitud del horror, pero lo mas detestable de este horror es que no se trata de un cataclismo  natural, sino de un infierno planificado en la vieja y conocida lucha capitalista por gobernar el mundo a cualquier precio.

Aquellas voces nos siguen llegando “¡Tanta gente! con heridas y quemaduras terribles, con el pelo chamuscado, desfigurados, con la piel que se les deslizaba a jirones por las manos”… “Nadie decía nada, solo se oían gemidos y las palabras ‘mizu, mizu’ (agua, agua)”… «El incendio tardó tres días en consumirse… pero el calor que generó desató un viento huracanado”…»después cayó una lluvia radiactiva, de gotas anormalmente grandes, una lluvia negra”… “El día siguiente fue impresionante. Simplemente, Hiroshima se había volatilizado”.

Hasta dónde seguir? Esa mañana el B-29 llegaba sigiloso sobre una Hiroshima todavía intacta de bombardeos, increíblemente esta cuestión termino ayudando a ser elegida como blanco porque así los” hombres de ciencia” y líderes de la” democracia más grande del mundo” podrían evaluar sin inconvenientes los efecto del descomunal explosivo.

El Enola Gay, asechaba pilotado por Paul Tibbets y con Robert Lewis como copiloto, transportando a Little Boy, las sirenas de bombardeos habían sonado varias veces esa madrugada pero nada había ocurrido hasta que soltaron la bomba inconcebible.

A las ocho de la mañana, las calles de Hiroshima ya registraban un frenesí de actividad. Las oficinas y comercios habían abierto, los empleados estaban en sus puestos. En el centro, cerca de 8.000 estudiantes de secundaria demolían calles enteras de viviendas tradicionales de madera y teja para abrir un cortafuegos que paliara los peores efectos de ese hipotético bombardeo.

 “Litte Boy”  estalló a unos 600 mts sobre el centro de la ciudad, entre 70.000 y 80.000 habitantes murieron en ese instante, en la zona cero donde se formo esa pequeña bola de fuego de 28 mts. de diámetro que ardió a 30.000 grados, la vida se disolvió,  gran parte de los sobrevivientes murieron sin ningún tipo de ayuda: “el 90% del personal sanitario había muerto o estaba demasiado grave para trabajar; 42 de los 45 hospitales de la ciudad habían quedado completamente destruidos.

La fuerza del estallido derrumbó edificios, atrapó a miles de personas bajo los escombros, arrojó cuerpos en posiciones grotescas. El calor imprimió sombras permanentes en lo poco que quedó en pie, derritió ojos y pieles; comenzaron incendios

“Durante días y días lo único que se pudo hacer fue incinerar a los muertos. Mi padre ayudaba en las ceremonias que se hicieron en un parque cerca de mi casa. Unos 700 cuerpos fueron quemados allí”, explica la hibakusha, como se conoce a los supervivientes de la bomba en japonés.

Tres días más tarde, el 9 de agosto a las 11.02 de la mañana, otro B-29, Bockscar, lanzaba otra bomba, esta vez de plutonio, contra Nagasaki. Esa ciudad no era el objetivo original: el ataque estaba planeado contra Kokura, donde las tropas japonesas guardaban un gran arsenal. Pero el cielo sobre esa localidad estaba nublado, y la tripulación del bombardero optó por la segunda de la lista.

Fat Man, como se denominó, generó una onda explosiva mucho mayor -equivalente a 22.000 toneladas de trilita, frente a las 15.000 de Little Boy-, pero la bomba no cayó en el centro de la ciudad, sino en un barrio periférico industrial; las montañas ofrecieron cierta protección frente al impacto. Con todo, perecieron 40.000 personas entonces.

La sangría de muertos japoneses derivados de los dos ataques nucleares continua hasta la fecha lo que  convierten a Hiroshima y Nagasaki en una experiencia histórica emblemática que mantienen vivos tanto a las víctimas como a la impunidad de los perpetradores.

Un dolor que no se detiene

Como corresponde se tejieron excusas para explicar lo inexplicable, siendo la de terminar la guerra para evitar mayores cantidades de muertos la mas instalada, lograr la rendición de Japón era supuestamente el objetivo del ataque, bueno en realidad de” los ataques”, porque misteriosamente Japón necesito dos explosiones nucleares para entender que había que firmar la rendición sin condiciones.

Se sabía que Japón ya estaba fuera de la guerra que las negociaciones ya habían comenzado y que parte de estas charlas se realizaron con la Unión Soviética, el aparato militar japonés ya no estaba a la altura, la seguridad del espacio aéreo  del país estaban desbaratados, Alemania ya se había rendido, esa era situación en general del país atacado con una fuerza y rigor desconocido hasta entonces.

EEUU nos ha acostumbrado a su mística del héroe luchador incansable por la libertad de los pueblos del mundo, así fue como» ganaron» la segunda guerra mundial, «vencieron» en Corea y Vietnam, etc., etc. Héroes que en el Álamo lucharon hasta el final contra los miles de sudacas que no querían ser invadidos.

Pero Hiroshima y Nagasaki no fue precisamente una gesta heroica todo lo contrario. Fue una acción amañada, en silencio a sabiendas del enorme daño que estaban por ocasionar pero satisfechos por los beneficios que lograrían. El Proyecto Manhattan se inició años en 1942, en julio del 45 se probó la primer bomba atómica en Los Álamos, Nuevo México. Pero es sabido que la verdadera prueba es saber “cuanto mata” la nueva arma. EE:UU tenía en el horizonte esta instancia cuando comenzaron los” primeros pininos”. El terreno de prueba eran los “malditos amarillos”, esta vez japoneses, pero después coreanos, vietnamitas y chinos.

La mesa estaba servida para la ignominia, la cobardía y el horror. Las bombas explotaron en Japón pero el mensaje era al mundo socialista en particular y al mundo todo en general sobre “quien manda aquí”.

La bomba la arrojaron porque la tenían y el gran gasto económico los llamaba a esa instancia que justificaran tales gastos.

Lo más alto de la ciencia del momento fue arrastrado al barro de la historia, obvio al barro mezclado con la sangre de los pueblos. Parecería que Japón fue menos un enemigo de temer que un cobayo que le permitió a las elites concentrar el poderío y dominio mundial.

Pasaron 76 años del desastre de Hiroshima y Nagasaki y la impunidad de los perpetradores sigue intacta de una forma que lastima a la humanidad tanto como la explosión del 45.

Como es posible este status quo en una sociedad mundial que sufrió en carne propia las heridas de la guerra y los genocidios? Hoy nada ha pasado por eso pululan más de 15.000 ojivas nucleares. Nada ha pasado por eso EE.UU.  e Israel son los dos estados que digitan internacionalmente quienes cumplen y quienes no cumplen con los derechos humanos, quienes son terroristas y merecen las peores sanciones económicas.

En definitiva sea con armas o con políticas económicas el imperialismo viene a saciar su sed de matar para vivir, de aplastar para prevalecer, a destruir para ordenar. Matar es lo que mejor hace y los segundo mejor que hace es construir los contubernios para seguir sin pagar sus crímenes contra la humanidad. EE:UU ha doblegado históricamente los organismos internacionales para este fin, pero es seguro que no ha podido doblegar la memoria y la conciencia de nuestros pueblo históricas víctimas.

A los 76 años de Hiroshima y Nagasaki el enemigo de la humanidad sigue siendo el mismo, los señores de la guerra, los reyes de las hambrunas, el imperialismo genocida.

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