Desde el racismo estructural que pesa en la educación y la política en Colombia, se asocia a Haití simplemente con miseria y violencia. Se olvida que fue la primera república libre de América Latina y la primera gran rebelión de esclavos exitosa del mundo. Gracias al proceso de Revolución Haitiana (1791-1804) de nítido contenido racial y de clase, la otrora colonia de Saint-Domingue fue la precursora en derrotar nada menos que al Imperio Napoleónico, y en abolir la esclavitud, cuando todavía las metrópolis europeas se lucraban con el comercio de seres humanos. Nuestra América y el planeta le debemos honores aun a la Ceremonia de Bois Caiman, a Duty Boukman, a Toussaint Louverture y a los jacobinos negros.
En 1804 cuando la independencia en las colonias de tierra firme era una quimera en la que apenas se asomaba el Leander de Miranda, ya Haití era una república soberana, y mientras las clasificaciones raciales se mantendrían en todo el continente hasta entrado el siglo XX, el país caribeño había abolido la esclavitud y cualquier segregación legal entre grupos étnicos. El rebelde mulato Alexandre Pétion, se plantó en contra de cualquier pretensión monárquica y convirtió Haití en el promotor de toda la independencia de América y en la abolición de la esclavitud en el mundo entero. Con razón Bolívar afirmó: “Perdida Venezuela y la Nueva Granada, la isla de Haití me recibió con hospitalidad: el magnánimo Presidente Pétion me prestó su protección y bajo sus auspicios formé una expedición de trescientos hombres comparables en valor, patriotismo y virtud a los compañeros de Leónidas ¡¡¡Gracias al pueblo de Haití mis compatriotas serán nuevamente libres!!!”
Lamentablemente su insigne rebelión le fue cobrada al pueblo haitiano. El gobierno restaurado de Francia con el concierto de todas las potencias europeas le impuso una onerosa indemnización por su independencia que tuvo que pagar durante todo el siglo XIX, mientras soportaba un largo bloqueo económico del naciente imperio norteamericano, que quebró la otrora rica economía colonial de plantación. Elites mulatas y caudillos militares traicionaron el sentido de la revolución haitiana, derivando en dictaduras e imperios autoproclamados, hasta que, en el apogeo del intervencionismo estadounidense en el Caribe, el país es invadido entre 1915-1934 dejándolo condenado a su actual situación. El autoritario régimen familiar de los Duvalier (Papá Doc y Baby Doc) gobernará 30 años Haití con el apoyo expreso de Washington (1957-1986) hasta que una rebelión popular los derroque.
No obstante, no ha sido posible la construcción de un régimen democrático en Haití, ni que la nación avance a su estabilidad política. Después de los Duvalier se han sucedido tres décadas de repetidas intervenciones militares norteamericanas como las de 1996, 2004 o 2015 y permanentes golpes de estado y levantamientos. 22 gobiernos en 35 años, sin contar como termine la actual crisis.
El asesinado presidente Jovenel Moïse -apadrinado por el expresidente pronorteamericano Martelly- fue elegido finalmente en 2016 por menos del 10 % del patrón electoral, luego de un año de interregno por acusaciones de fraude en las elecciones de 2015, que impidió la realización de la segunda vuelta. Desde el 2020 había cerrado parlamento y las altas cortes, ampliando de facto su periodo presidencial hasta 2022 y buscaba una reforma constitucional que aprobara su reelección. Desde inicios de este año Haití era sacudido por protestas contra el gobierno de Moïse, agudizadas por la creciente crisis social y económica exacerbada por la pandemia, y el país se encontraba ad portas de elegir un nuevo parlamento en octubre próximo.
Sin embargo, el asesinato de Moïse no responde exclusiva- ni esencialmente- a la problemática interna de Haití. Factores geopolíticos regionales pesan sobre este magnicidio. La remoción de Moïse de la presidencia hubiese podido darse como en cualquiera de los sucesivos gobiernos de este siglo que no han concluido período. Pero la novedad se da por la ofensiva continental de la derecha, la degradación intervencionista de la DEA norteamericana y el mercenarismo de exportación, en el que lastimosamente nuestro país juega un papel protagónico. Sectores políticos de EE. UU. intervienen a Haití con colaboración colombiana para fortalecer su correlación de fuerzas regional contra Venezuela y Cuba. No es un disparate, es el crudo dama de Nuestra América.
En primer lugar, el gobierno Biden no ha alterado la política exterior de EE. UU, frente a América Latina. Se mantienen y profundizan los bloqueos contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, así como otras maniobras de desestabilización regional apoyadas por gobiernos adláteres. Como lo denunciara el presidente Evo Morales, vivimos un Plan Cóndor II, con promoción de protestas desestabilizadoras como las que ha sufrido Cuba en las recientes semanas, golpes blandos y no tan blandos, guerra jurídica, operaciones mercenarias como las de Haití, Bolivia o Venezuela, y constantes actos de provocación militar –como los realizados por Colombia en su frontera oriental- o políticos -como la prolongada espera en la proclamación de Pedro Castillo como presidente de Perú. No es descabellado, por tanto, que remover a Moïse sea funcional para la mayor desestabilización regional, la impostura del enésimo presidente títere en Puerto Príncipe, la prevención de una revuelta popular en Haití y la salvaguarda del territorio haitiano como portaviones terrestre en el Caribe.
En segundo lugar, no es fortuito que un componente de esta ofensiva imperial sea la denominado lawfare o guerra jurídica. En Ecuador han sido determinantes los montajes judiciales para impedir el retorno de la Revolución Ciudadana al gobierno, incluyendo la patética intervención del fiscal Barbosa en medio de la pasada campaña presidencial. La DEA, que es una entidad de personal gubernamental pero no estatal, es corresponsable del negocio del narcotráfico a nivel regional, así como de la fracasada, pero rentable “Guerra contra las Drogas” que completa medio siglo de fiascos. Como sucediera en los años ochenta del siglo pasado con el dictador panameño, la DEA sigue creando “Noriegas”, ceba aliados que defenestra cuando se le tornan incómodos o impresentables, o simplemente cuando pueden serle más funcionales fabulando montajes contra enemigos de Washington. En Colombia hemos sufrido el falso positivo judicial prefabricado por la DEA y Néstor Humberto Martínez contra el proceso de paz y contra el gobierno bolivariano de Venezuela, por ello no es casual que los asesinos hablen de haber sido contratados para una “extracción”, hayan usado prendas de la agencia norteamericana e incluyan en su nómina a por lo menos un agente de la DEA. ¿Será que el comando que fracasó en Haití fue el mismo que no pudo llevarse vivo al guerrillero Jesús Santrich?
Finalmente, es determinante en el asesinato de Moïse el modelo de mercenarismo de exportación promovido en medio del militarismo neoliberal, en el que el complejo militar económico colombiano es pieza angular. No es casual que los dos países del hemisferio occidental que destinan más del 3% de su PIB al gasto militar – Colombia y EE. UU. – hayan generado una gigantesca máquina de guerra que desborda sus fronteras. El hipertrofiado pie de fuerza colombiano, expulsa de sus filas año a año a un personal joven que no tiene otra vinculación económica que la guerra, máxime cuando han sido adoctrinados por la contrainsurgencia. Desde los años de Pinzón en el Mindefensa, él y el Premio Nobel Juan Manuel Santos proyectaron la vinculación a la OTAN, la venta de servicios de seguridad y las mal llamadas “misiones de paz” como una alternativa que se mantuviera el abultado aparato militar de la guerra, después de la firma del Acuerdo Final. Adicionalmente se permitió el ingreso y operación en el país de 77 compañías militares y de seguridad privada norteamericanas, británicas e israelíes, incluidas las grandes contratistas de las invasiones a Irak y Afganistán.
Siembra guerra y cosecharas mercenarios, podría ser la conclusión obvia. Por ello no es gratuito que 24 compatriotas se vayan a matar un presidente en Haití, así como custodian instalaciones petroleras en Kuwait, o participan de bandas paramilitares como la del “Koki” en territorio venezolano como quedó en evidencia con la captura de varios colombianos en medio de los operativos desarrollados en Caracas esta semana. Pero el problema es aún más grave. Como pasó en el caso de la hacienda Daktari en 2004, con la captura de 153 paramilitares colombianos con el plan de asesinar al presidente Hugo Chávez, o con la calle de honor para el cruce de la frontera del señor Juan Guaidó, realizada por el grupo narcoparamilitar de Los Rastrojos en Norte de Santander, no estamos ante simples casos de mercenarismo individual.
El presidente Duque y su ministro Molano están en mora de asumir las responsabilidades por acción y por omisión del estado colombiano en la operación mercenaria en Haití que involucra a exmilitares y 6 militares activos, así como por las actividades en Colombia y sus relaciones con funcionarios del gobierno de la compañía mercenaria CTU Security, del venezolano miamero Tony Intriago quien posa orgulloso en plena campaña presidencial uribista en la Florida y compartió tarima con toda la derecha continental en el concierto de Cúcuta. De igual forma, es hora que respondan por la invasión irregular a territorio venezolano que vienen realizando grupos paramilitares colombianos, incluidos los acuerdos entre el financiador de la campaña presidencial, el narcotraficante Ñeñe Hernández, el golpista venezolano Cliver Alcalá y la fracasada Operación Gedeón.
Qué vergüenza con Nuestra América. Gracias a Haití somos independientes. Ellos nos regalan a Pétion y este Estado le responde con un Duque, cómplice silente de mercenarios asesinos.
Notas:
Notas:
*Ex Senadora, política y referente de Derechos Humanos
Fuente: las2orillas.co