«Fascistización», «protofascismo», o «neofascismo en gestación», el objetivo del sociólogo francés Ugo Palheta no es imponer una nueva etiqueta. Más bien pretende indicar el triple impulso que conduce a la actual disgregación política: autoritarismo galopante, crisis del neoliberalismo y auge del racismo. Las cicatrices que deja este proceso se acumulan. ¿Su balance? «Bajo formas heterogéneas y todavía embrionarias, pero cuya sola enumeración basta para evidenciar la esclerosis de la política francesa en la época neoliberal, es el fascismo el que se anuncia, no como una hipótesis abstracta, sino como una posibilidad concreta».
No se trata, sin embargo, de imprimir sobre el presente el molde de un pasado que, por definición, jamás se repetirá: «El uso del concepto de fascismo acarrea obviamente el peligro del anacronismo, al menos si se pretende pensar el resurgimiento del fascismo como una repetición exacta o como el resultado de una supuesta continuidad».
No nos enfrentamos entonces a un facsímil del nazismo ni del régimen mussoliniano, sino a una adaptación contemporánea y francesa de esa bestia política inmunda que es el fascismo. Palheta la define en estos términos: «Un movimiento de masas que pretende trabajar en pos de la regeneración de una “comunidad imaginaria” definida como orgánica (nación, “raza” y/o civilización), mediante la purificación etno-racial y la supresión de cualquier forma de conflicto social y disidencia».
Algunos dirán que se trata de un peligro lejano. Otros dirán que ya está aquí. En cualquier caso, es fundamental definir sus contornos para bloquear su marcha. Entonces, a tomar notas.
Suele debatirse la pertinencia de la etiqueta «fascismo» y con frecuencia se la utiliza a regañadientes. ¿Cómo debemos definirla?
Ugo Palheta
Independientemente del uso más o menos polémico que se haga del concepto, existen al menos tres dificultades reales. La primera concierne al debate historiográfico y a la ausencia de consenso en cuanto a la definición del fascismo. En un extremo están los historiadores que reducen el fascismo al fascismo italiano de los años 1920-1930 y, en el otro, los que desarrollan un concepto más genérico de fascismo e intentan distinguir distintos tipos.
Obviamente, adhiero a esta última perspectiva. Luego está el hecho de que el fascismo se deja analizar bajo distintos ángulos, a saber: el de su ideología (su proyecto), el de los movimientos que sostienen esa ideología y el de los regímenes o los Estados. Entonces, es preciso ser claros: hoy no hay un régimen fascista en Francia, pero hay movimientos políticos que propagan toda una serie de ideologías fascistas. Por último, debe considerarse que el fascismo siempre fue un fenómeno heterogéneo y definido por el oportunismo (especialmente en cuestiones económicas). No por eso deja de compartir una matriz común: siempre se trata de un proyecto de regeneración nacional o civilizatoria que apela a la purificación etno-racial y política del cuerpo social.
Estoy completamente de acuerdo con la afirmación de Zeev Sternhell: el fascismo no nació en las trincheras de 1914-1918 y no murió en un búnker de Berlín en 1945. El fascismo se transformó, se adaptó a un nuevo contexto, aprendió a volverse indiscernible y a ceñirse a la ideología dominante (la «defensa de la República», por ejemplo, antaño despreciada por la extrema derecha francesa). Y a medida que el capitalismo se hunde en la crisis, las izquierdas decepcionan o traicionan y los movimientos emancipatorios se muestran incapaces de plantear una alternativa, está empezando a acumular victorias en todas partes.
Su libro salió en 2018, poco antes de que irrumpiera el movimiento de los chalecos amarillos. Luego de la represión y la deriva autoritaria, la derrota política parece confirmarse…
Ugo Palheta
El subtítulo de mi libro es «La trayectoria del desastre». Cualquiera puede constatar que no nos hemos desviado ni un centímetro de esa trayectoria. Por el contrario, nos apegamos cada vez más a ella. Es cierto que la situación empeoró respecto a 2018, y no podría ser de otra manera si se considera el proyecto neoliberal que encarna Macron: la restructuración del conjunto de las relaciones sociales con el fin de incrementar las ganancias mediante la intensificación de la explotación. Esto supone la destrucción de las conquistas sociales de las clases populares, el ataque a ciertos derechos democráticos fundamentales (especialmente las libertades civiles) y una constante presión racista.
La represión del movimiento de los chalecos amarillos sacó a luz la violencia social intrínseca a este proyecto, pero también la pérdida de legitimidad del poder político y del proyecto neoliberal con la que tuvieron que lidiar todos los gobiernos después de los años 1980. Cuando no se está dispuesto a concederle nada serio a la clase trabajadora, cuando se pasa sistemáticamente por encima de todos los elementos que definieron el «compromiso social» de la posguerra y cuando se desprecia a los movimientos sociales (sobre todo a las organizaciones sindicales), es imposible ejercer la dominación política pacíficamente, sobre todo frente a movimientos que no aceptan plegarse a las reglas usuales de la conflictividad social.
La relación de dependencia cada vez más acentuada entre el régimen y las fuerzas represivas —policía y ejército—, ¿no abre la puerta a una deriva autoritaria más intensa?
Ugo Palheta
Todos los gobiernos que ejercieron el poder durante los últimos veinte años contribuyeron a la autonomía de la policía y a incrementar el poder político del que gozan hoy sus sindicatos, cuyas posiciones son ampliamente difundidas —esto es nuevo— por medios de comunicación ultracomplacientes.
La intensificación de la represión es una espiral muy difícil de detener: la progresiva sustitución del Estado social por el Estado penal —para retomar los términos de Loïc Wacquant— no puede llevar más que a la creciente criminalización de la pobreza y de las desigualdades. Es el caldo de cultivo perfecto para que florezcan los delitos menores —sabemos que, en el largo plazo, la incidencia de delitos más graves disminuyó—, que sirven para justificar la intensificación de la represión de cara a los medios y a los gobiernos.
Además, el proyecto neofascista conquistó o está en proceso de conquistar los aparatos represivos, especialmente los sectores más reaccionarios que crecen dentro de ellos: basta leer las columnas de los militares en Valeurs actuelles para convencerse de que se están apropiando del lenguaje y de la visión del mundo propios de la fachósfera.
No creo en absoluto que estemos frente a la posibilidad de un golpe de Estado militar, pero todo apunta a la existencia de un proceso de fascistización del Estado que garantiza que, si la extrema derecha llega al poder, encuentre un apoyo masivo del lado de los aparatos represivos para concretar la tarea que está en el núcleo de su proyecto: instaurar un régimen de apartheid racial con la excusa de la «defensa de Francia» y aplastar completamente la fuerza política de los sectores explotados y oprimidos.
Con la crisis del COVID-19 entramos en un estado de excepción permanente: estado de emergencia securitario, estado de emergencia sanitario, etc. ¿No están dadas todas las condiciones para que este poder autoritario se desplace hacia el fascismo aprovechando la crisis sanitaria?
Ugo Palheta
El camino hacia el fascismo no es el resultado, ni de una lenta involución sin conmociones (un simple deslizamiento progresivo, gradual), ni de un golpe de fuerza que permitiría que los fascistas conquisten el poder de una vez por todas y apliquen su programa. Efectivamente, la deriva de la clase dominante y de sus funcionarios políticos brinda un terreno sobre el que el fascismo puede prosperar, pero es necesario que el proletariado sufra toda una serie de derrotas sociales y políticas decisivas para que los fascistas lleguen al poder y tengan la capacidad de transformar profundamente el Estado y las relaciones sociales en un sentido verdaderamente fascista.
Entonces, no se trata de algo automático: se produjeron retrocesos importantes y se perdieron algunas batallas, pero vendrán otras para las que debemos prepararnos y buscar las vías (difíciles) de la radicalidad y de la unidad. No hay ninguna salida más allá de esa combinación.
Hay un elemento que no está tan presente en su libro: la dimensión digital de la propaganda, que hizo que Trump fuese electo y que hace prosperar a grupos que sostienen teorías de la conspiración del estilo QAnon. Estas nuevas formas de propaganda, ¿son un componente necesario de la transformación del fascismo?
Ugo Palheta
Efectivamente, en la medida en que los fascistas no tienen ningún problema a la hora de apelar a la mentira y a las noticias falsas, la evolución del paisaje político y mediático los favorece enormemente. Si un ministro se burla de las estadísticas de delincuencia y prefiere «el buen sentido del carnicero del barrio», si los noticieros ceden la palabra sistemáticamente a los productores industriales de información falsa (por ejemplo, Éric Zemmour), si toda la dinámica de los medios se rige por la maximización del rating, los clics y los retweets, entonces los fascistas no encuentran obstáculos en la difusión de su propaganda.
Pero, desde mi punto de vista, el hecho decisivo suele pasar desapercibido: es la frágil organización de las clases populares la que las hace permeables a la propaganda racista de los principales ideólogos (que también pertenecen a las clases dominantes), es decir, a esas teorías delirantes desarrolladas por las corrientes conspiracionistas.
Durante mucho tiempo, el movimiento obrero garantizó una defensa a escala masiva frente a este tipo de ataques: no se trataba solamente de la solidaridad colectiva y de las esperanzas de transformación social, sino también de una grilla de lectura racional del mundo a partir de los antagonismos sociales fundamentales, es decir, de las clases y la lucha de clases. Eso es lo que se debilitó, y necesitamos reconstruirlo de una manera adecuada a nuestra época (que integre problemas relativamente nuevos, como la crisis climática, con otros no tan nuevos, como el racismo y el patriarcado), porque cuando uno no cree en nada, se arriesga a creer en cualquier cosa, sin importar quién la diga.
Según su perspectiva, aunque esté intentando limpiar su imagen, el Rassemblement national (RN) es portador de un fascismo «en gestación». ¿Qué se puede hacer para detener este proceso antes de que llegue a su término?
Ugo Palheta
Lo primero que se me ocurre decir es que hay que desarrollar el antifascismo. Y es verdad que es un aspecto fundamental, pero lamentablemente no es suficiente (sobre todo si se pretende dirigirlo contra el RN, lo cual desde mi punto de vista es un error). Si el desarrollo del fascismo es el resultado de la crisis del capitalismo en general y, en este caso en particular, de la crisis del capitalismo francés (incluida su dimensión imperialista, de la que no dijimos nada, pero que es muy importante), entonces es imposible derrotar al fascismo sin plantear una alternativa emancipatoria frente al capitalismo.
La fórmula es fácil de pronunciar, pero muy difícil de poner en práctica: desarrollar organizaciones, coaliciones, ideas y prácticas antifascistas; intensificar y expandir las movilizaciones sociales, con el objetivo de reconstruir por abajo (en los lugares de trabajo y en los lugares donde transcurre la vida); desarrollar la batalla de ideas, no con el fin de satisfacer a pequeños nichos, sino con el de llegar a las mayorías; y edificar una organización anticapitalista de masas, que tenga su centro de gravedad en las luchas sociales, pero que sea capaz de intervenir también en el terreno electoral y en las instituciones. La vara está muy alta, pero el hecho de que los objetivos parezcan inalcanzables no es motivo para que no debamos perseguirlos.
*Ugo Palheta, escritor y sociólogo francés.
Artículo publicado en Observatorio de la Crisis.