Área Árabe Islámica Norte América Palestina

LA POLÍTICA DE TRUMP Y NETANYAHU EN GAZA HA FRACAZADO

Patrick Cockburn*- El alto el fuego que entró en vigor entre Israel y Hamás en la madrugada del viernes da paso a un periodo de mayor inestabilidad.

Israel y Hamás han puesto fin a su «guerra» de 11 días, pero incluso antes de que cesaran los disparos se había transformado el panorama político. El enfrentamiento entre Israel y Palestina ha pasado de centrarse únicamente en Gaza a tener múltiples frentes -Jerusalén, Cisjordania, el propio Israel- y un repunte en cualquiera de ellos podría iniciar una nueva ronda de violencia.

Los acontecimientos en Jerusalén provocaron la crisis actual y hay muchas posibilidades de que vuelvan a hacerlo. Los grupos israelíes de extrema derecha están decididos a reforzar su control sobre la ciudad y a eliminar la presencia palestina allí donde puedan. «La temperatura política se mantendrá alta, cocinándose a fuego lento por debajo del punto de ebullición», dice Daniel Levy, ex diplomático israelí y presidente del Proyecto Estados Unidos/Oriente Medio. «Otro estallido en Jerusalén lo haría hervir».

Los dirigentes israelíes esperaban que la cantonización de los palestinos -tres millones en Cisjordania, dos millones en Israel y Gaza, 300.000 en Jerusalén- los fragmentara política y geográficamente. Durante un tiempo, esta estrategia pareció funcionar, pero en las últimas dos semanas la crisis en un cantón palestino se ha extendido rápidamente a los otros tres.

Los esfuerzos de la policía israelí por desalojar a los palestinos del barrio de Sheikh Jarrah de Jerusalén y su uso de granadas aturdidoras y gases lacrimógenos en la mezquita de al-Aqsa provocaron el lanzamiento de cohetes de Hamás desde Gaza. Esto, a su vez, provocó protestas de los palestinos en Israel a una escala mayor que la vista desde la segunda intifada hace 20 años. En Cisjordania, los manifestantes salieron a la calle en todas las ciudades y la Autoridad Palestina, reconocida internacionalmente, fue objeto de burlas y marginación.

A pesar de toda la palabrería vacía sobre soluciones de uno o dos Estados para el problema de Israel/Palestina, el resultado de la cuarta guerra centrada en Gaza demuestra que la zona entre el río Jordán y el Mediterráneo es una sola unidad política. Lo que afecta a una parte de ella afecta a todo el resto.

La última guerra de Gaza demostró que Israel no tiene una estrategia militar o política viable para luchar o comprometerse con los palestinos. Los generales y funcionarios israelíes afirman haber degradado la infraestructura militar de Hamás, haber matado a algunos de sus comandantes y haber destruido parte de su sistema de túneles. Sin duda, a Israel le sorprendió que Hamás disparara 3.700 cohetes contra Israel, a pesar de llevar 15 años aislado en Gaza.

Sin embargo, aunque Hamás demostró tener un poco más de músculo militar del esperado, no hay duda de la superioridad de Israel sobre la fuerza paramilitar mal equipada a la que se enfrenta en Gaza. Pero esta superioridad se niega obstinadamente a producir la victoria o, más bien, a que Israel sepa cómo sería esa victoria. No puede esperar de forma realista eliminar a Hamás y llevar a cabo un cambio de régimen en Gaza sin una reocupación, que provocaría una resistencia palestina aún más fuerte. Mantener a los palestinos allí bajo un estado de asedio permanente, el statu quo de los últimos 15 años, acaba de demostrar que no funciona.

Las afirmaciones de éxito militar israelí como justificación para acordar un alto el fuego son una cortina de humo que oculta el fracaso israelí para obtener alguna ventaja real de un bombardeo que mató a 232 palestinos, entre ellos 65 niños, pero que hizo poco más. Los comentaristas israelíes son más francos y están mejor informados sobre esta falta de éxito que sus homólogos occidentales. El redactor jefe del periódico israelí Ha’aretz, Aluf Benn, califica el conflicto que acaba de terminar como «la operación de Gaza más fallida e inútil de la historia de Israel».

Dice que todas las relaciones públicas del ejército israelí no pueden «encubrir la verdad: los militares no tienen idea de cómo paralizar las fuerzas de Hamás y desequilibrarlas. Destruir sus túneles con potentes bombas reveló la capacidad estratégica de Israel sin causar ningún daño sustancial a las capacidades de combate del enemigo».

Muchos estados se han enfrentado a una frustración similar cuando luchan en una de las llamadas guerras asimétricas contra un oponente militarmente inferior pero invencible. Esto le ocurrió a Gran Bretaña en Irlanda del Norte entre 1968 y 1998. La respuesta sensata de un gobierno que no consigue salirse con la suya mediante la fuerza física es buscar un compromiso político con la otra parte para llegar a un acuerdo.

Pero esto es precisamente lo que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y sus socios políticos no pueden hacer. Durante casi un cuarto de siglo, su estrategia desde que fue elegido por primera vez líder israelí en 1997 ha sido argumentar que Israel puede tener una paz permanente sin comprometerse con los palestinos. Este punto de vista, dominante desde el centro izquierda hasta la derecha dura, sostenía que los palestinos habían sido derrotados de forma decisiva y que no era necesario concederles nada. Con el apoyo total del presidente Donald Trump a esta posición maximalista durante sus cuatro años en la Casa Blanca, muchos israelíes se convencieron de que Netanyahu había tenido razón.

Gaza parecía haber sido sellada con éxito, Cisjordania dividida en bantustanes palestinos y asentamientos israelíes en expansión, Jerusalén estaba rodeada por fuera y cada vez más des-palestinizada por dentro, mientras que los palestinos en Israel seguían siendo una minoría amargada pero impotente. Los Estados árabes normalizaban sus relaciones con Israel y la cuestión palestina dejaba de figurar en la agenda internacional.

Todo era un espejismo. La última guerra en Gaza puede parecerse a las tres anteriores de 2008-09, 2012 y 2014, pero es mucho más importante porque la política de Netanyahu/Trump se ha derrumbado y no hay mucho que poner en su lugar. La vieja crisis israelí-palestina ha vuelto y está más envenenada y extendida que antes. Una nueva y ominosa característica de la misma es que los palestinos de Israel salen a la calle para exigir igualdad y el fin de la discriminación. Los colonos israelíes de Cisjordania han regresado a Israel para encabezar las manifestaciones antipalestinas en las ciudades mixtas de judíos y palestinos.

Estos acontecimientos no significan que el equilibrio de poder entre Israel y los palestinos se haya inclinado bruscamente a favor de estos últimos. Al contrario, uno de los problemas para convencer a los israelíes a todos los niveles de que deben comprometerse con los palestinos es que no creen que lo necesiten. Puede que Hamás se haya dinamizado y la Autoridad Palestina se haya desacreditado aún más con la última guerra del conflicto, pero existe un vacío general de liderazgo y organización palestinos. Esto no es una desventaja tan agobiante como podría parecer, ya que los movimientos políticos palestinos tienen una larga tradición de priorizar su control del poder sobre todo lo demás.

El alto el fuego que entró en vigor entre Israel y Hamás en la madrugada del viernes da paso a un periodo de mayor inestabilidad. Daniel Levy considera que Israel se encuentra en un estado de crisis permanente porque no tiene una solución militar para Gaza/Hamas, mientras que sus líderes de derecha están bloqueados por fijaciones ideológicas para tratar de abrir opciones diplomáticas y políticas.

La idea de debilitar a los palestinos fragmentándolos ha resultado contraproducente. Los líderes israelíes tendrán que enfrentarse ahora a cuatro variantes diferentes de la crisis israelí-palestina, cada una de las cuales puede, como el coronavirus, convertirse en la cepa dominante y detonar una nueva explosión.

*Patrick Cockburn es el autor de War in the Age of Trump (Verso).

Este artículo fue publicado por CounterPunch.

Traducido y editado por PIA Noticias.

Dejar Comentario