Un simpatizante de la oposición polaca del PO sujeta una bandera europea en Varsovia. (Reuters)
Los preparativos de la Conferencia sobre el Futuro de Europa, una idea del presidente galo Emmanuel Macron con la que se pretendía involucrar a los ciudadanos europeos en una especie de refundación democrática de la Unión Europea, se parecen cada vez más a una acalorada discusión teológica en la corte bizantina sobre la naturaleza de la trinidad. Y el alcance del foro cada vez se pone más en duda.
En julio de 2019 Ursula von der Leyen, ahora presidenta de la Comisión Europea, hizo la promesa de la Conferencia como una cesión ante el Parlamento Europeo. Era necesario ofrecerles algo después de que los jefes de Estado y de Gobierno decidieran desoír las peticiones de la Eurocámara de que respetara el sistema del “spitzenkandidat” tras las elecciones europeas.
Ese fue el origen de la Conferencia. Para el Parlamento se había abierto una crisis de legitimidad tras las elecciones europeas con mayor participación de la historia, y ahora el Consejo debía ceder. Pero precisamente esa lógica de lucha entre instituciones por la primacía del destino del proyecto es el principal palo en las ruedas del ejercicio.
Además, la idea surgió en un marco muy concreto: de la cabeza de Macron. Cuando se presentó en 2019 estaba previsto que durara unos dos años. Si se hubiera iniciado en 2020, como estaba previsto, eso habría permitido concluirla precisamente en la presidencia francesa. Justo a tiempo para las elecciones presidenciales galas. Macron ha ideado en gran parte la presidencia francesa de enero a julio de 2022 como una plataforma de proyección electoral como líder europeo. Por eso también quiere que la reforma de las normas fiscales se finalice durante ese semestre. Ahora, y aunque todavía no ha comenzado, Francia apuesta porque la Conferencia presente sus resultados en un año en vez de en dos. Muchos arquean las cejas en Bruselas: de nuevo, coincidiendo con la presidencia gala.
Un estructura compleja
Muchas de las críticas se concentran en la compleja gobernanza de la Conferencia. Una buena representación de lo complejos que están siendo los preparativos es que vaya a haber hasta tres presidentes distintos. Serían Von der Leyen, David Sassoli, presidente del Parlamento Europeo, y el líder del Estado miembro que ostente la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea. Habría, además, una comisión ejecutiva con otros tres miembros, y cuatro observadores, que incluirán al Comité Económico y Social o a la Conferencia de Comisiones Parlamentarias de Asuntos de la Unión de los Parlamentos de la Unión Europea (COSAC) como representantes de las asambleas nacionales. Un enorme lío que cuesta entender hasta los que siguen el asunto de cerca.
El Parlamento Europeo se ha estado oponiendo a toda esta estructura compleja y quiso que hubiera un único presidente, pero precisamente este fue el origen de algunos de los problemas. La Eurocámara tenía un candidato: el liberal belga Guy Verhofstadt, seguramente el federalista europeo radical más vocal de las últimas décadas y la diana de todo el odio ‘brexiter’ durante años. Una figura destacada y descarada en el ecosistema político europeo que hizo saltar las alarmas en todos aquellos Estados miembros en los que se mira con mayor recelo la idea de la Conferencia, la mayoría de ellos del este.
Fue entonces cuando vieron el riesgo de que el ejercicio pudiera acabar convirtiéndose en una puerta de atrás para propuestas que fueran demasiado lejos y que costaría después derribar. El nombre de Verhofstadt no valía para demasiados Estados miembros, y entonces comenzó una procesión con otras posibles personas, como por ejemplo el ex primer ministro italiano Enrico Letta. Pero ahora era el Parlamento Europeo el que no quería que la cabeza visible que no tuviera ninguna conexión con la Eurocámara y que fuera un nombre puesto sobre la mesa por el Consejo. Ninguna de las propuestas terminó de cuajar y se procedió a despersonalizar la Conferencia creando un liderazgo con policefalia, una Hidra de Lerna para los federalistas que tenían esperanzas en este ejercicio. No es una solución que termine de gustar a nadie, pero todos pueden vivir con ella.
El Parlamento acepta ahora como un mal menor la triple presidencia, pero se opone a la extraña gobernanza de la comisión ejecutiva. «Nuestros ciudadanos encuentran la estructura institucional de nuestro complejo de la Unión. Con la Conferencia, podemos mostrarles que queremos que las cosas se hagan de manera diferente”, escribían hace unos días los presidente de los principales partidos de la Eurocámara: Manfred Weber, del Partido Popular Europeo (PPE), la española Iratxe García, líder de los socialdemócratas, y Dacian Ciolos, que encabeza a los liberales de Renew Europe. Pero en este momento.
En parte ha sido tan difícil armar la Conferencia, que se espera que celebre una sesión de apertura en Estrasburgo el 9 de mayo, día de Europa, aunque comenzará sus trabajos antes, porque el formato cruza de cabo a cabo la principal división entre las instituciones europeas. El Consejo ve la Unión como un club de Estados miembros que para sobrevivir debe respetar de forma cuidadosa la personalidad política de todos sus miembros, mientras el Parlamento Europeo apuesta por una Unión política más directa, la versión más federalizante.
Una visión más realista
El Gobierno español hace tiempo que ve la deriva de la Conferencia hacia una cierta parálisis. Ha sido de los Ejecutivos más volcados en los preparativos, y la Secretaría de Estado de la Unión Europea liderada por Juan González-Barba, ha sido de las más activas en la preparación de la Conferencia, de las que más ideas ha puesto sobre la mesa intentando dirigirla de forma clara hacia el rol de la Unión en el mundo posterior a la pandemia.
Y parte del riesgo está en esa mezcla de expectativas poco realistas por parte de algunos, y de un enfoque demasiado amplio. El último borrador conjunto de la Comisión, Parlamento y Consejo, al que ha tenido acceso El Confidencial, cubre prácticamente todas las temáticas: de Estado de derecho a migración, de sanidad a transparencia, pasando por un vago “cómo reforzar los procesos democráticos de gobernanza de la Unión Europea” en el que se ahoga la promesa de intentar poner fin al choque entre Consejo y Eurocámara por la elección del presidente de la Comisión Europea.
España ve con cierto recelo ese enfoque tan amplio, aunque es cierto que eso permite flexibilidad, y teme que el resultado sea demasiado vago y poco concreto. Por eso en las últimas reuniones en las que se ha discutido la Conferencia, en el marco del Consejo de Asuntos Generales, González-Barba ha lanzado cuatro propuestas más concretas con el objetivo de que se puedan alcanzar mejores resultado si se buscan objetivos más claros. Así, el Gobierno propone desarrollar la ciudadanía europea, aumentar el reconocimiento de las desventajas naturales o geográficas graves (en línea con el reto demográfico), el realce de la participación de las ciudades en el proyecto europeo, y por último una mayor atención al deporte en la construcción europea.
Desde la perspectiva española hay que rebajar las expectativas: la Conferencia puede ser útil si se tiene una visión realista. Y para el Gobierno eso significa aprovechar el impulso reformador que ha traído la pandemia, y que ha permitido la puesta en marcha del Fondo de Recuperación o dotar de mayor ambición la reforma de las normas fiscales, para poder dar un par de pasos más allá y lograr algo sólido, que cristalice en novedades.
La realidad se impone a medida que se acelera todo para poner en marcha la Conferencia cuanto antes: el apetito político para grandes reformas está prácticamente agotado tras los grandes cambios obligados por la pandemia. Ya era difícil que el foro pudiera imponer un giro copernicano al proyecto europeo, pero ahora lo es todavía más. Las mentes detrás de la Conferencia no son ajenas a ello: han adaptado el mensaje y la visión de ella a ese mundo post pandémico y a todas las lecciones aprendidas durante el último año.
*Nacho Alarcón, periodista y corresponsal de El Confidencial en Bruselas.
Artículo publicado en El Confidencial